LA HOJA ROJA

Donde dije Bruno

Para el equipo de gobierno «la ciudad está progresando», para la oposición «nada ha mejorado en la ciudad», para los ciudadanos la vida sigue igual

Mi abuela tiraba siempre de refranero cuando veía que la aguja se estaba mareando. Tenía la mujer esa habilidad, en el momento adecuado, abría el saco de los proverbios y sacaba justo el que necesitaba para cortar por lo sano, aunque no fuese necesaria una ... cirugía tan drástica, en la mayoría de las ocasiones. «Lo poco espanta y lo mucho, amansa» decía cuando andábamos quejándonos por tonterías, echándole tragedia a las tardes de verano en las que no solía pasar nada. «Malgastadores de harina y aprovechadores de afrecho», sentenciaba cuando nos empeñábamos en marcar los territorios de la siesta o en defender con nuestra sangre la cuota de Nocilla en la merienda. Paparruchas, habría dicho si sus lecturas habituales hubieran ido más allá de la historia sagrada y de los folletines de Manuel Fernández y González que luego nos contaba como si ella misma se hubiese criado con los siete niños de Écija o con el pastelero de Madrigal.

Mi abuela nunca llegó a saberlo, pero le heredé las lecturas -el folletín como manual de resistencia, a lo Pedro Sánchez, es esencial- y el saco de los refranes, en el que meto la mano y siempre encuentro lo que busco. Es lo que tiene haberse criado entre frases hechas, citas no del todo ciertas, proverbios chinos o japoneses o árabes, y sentencias capaces de dar con el nombre exacto de las cosas, pero sin pasar por la inteligencia a la que tan desesperadamente llamaba Juan Ramón. Lo mío es más pedestre, ya ve, pero indiscutiblemente más útil, porque llamando al pan, pan y al vino, vino, no hay manera de equivocarse.

Y no es que vaya a hablarle de mi abuela, pero igual que las croquetas y la tarta parece que saben mejor si son «de la abuela», siempre que digo un refrán me gusta apellidarlo por lo que pueda pasar. Lo de lo poco espanta y lo mucho, tiene muchas lecturas, todas igual de efectivas si las aplicamos a esta ciudad. Porque la fraseología es el reflejo de cómo seguimos siendo los españoles después de todo. Ya Fernán Caballero –gaditana, aunque naciera en Suiza- recogía este refrán en «Clemencia», a mediados del siglo XIX, con idéntico significado del que tiene hoy en día, es decir, que nos aterramos con la imagen de un mal pequeño y nos quedamos tan tranquilos cuando no pasa el camión por encima. Siempre nos pasa, montamos un drama por un roce y luego nos la meten doblada y ni nos enteramos. No creo necesario poner ejemplos, pero ya ve en qué ha acabado lo del cartel de Carnaval y cuántos expertos en IA y cuantos detectives tiene esta ciudad. Y ya ve que el Ayuntamiento no ha tenido reparo en abrir el bolso de los refranes, que donde dije digo, digo Diego y no pasa absolutamente nada.

Porque para esto también sirve lo de lo poco que espanta y lo mucho que amansa. Dice la Real Academia que este refrán indica que «la blandura de la autoridad estimula a las personas rebeldes mientras que el rigor aplaca su indocilidad», que traducido resulta que no se puede ser blando en el gobierno por aquello de que das un dedo y te cogen la mano, mientras que actuar con firmeza y con determinación, amansa a las fieras, igual que la música. Y es que, después de un año en al Ayuntamiento, no se puede estar complaciendo a todo el mundo. También lo decía mi abuela, mire usted por donde, que no se podía contentar a Dios y al diablo a la vez, ni se debe dar marcha atrás en una decisión porque vengan cuatro a montar un pollo. Que ya se sabe que la política es un juego en el que no conviene defraudar a nadie por si acaso, pero lo de esta semana con la prohibición de más pisos turísticos en Cádiz –cosa que le agradeceré eternamente a Bruno- ha sido un ejemplo más de que no se puede estar «en el plato y en la tajá», porque mientras nuestro alcalde tomaba esa determinación para Cádiz, la Junta de Andalucía no terminaba de creerse que miles de ciudadanos en Málaga, en Sevilla o en Cádiz se manifestaran en contra de una situación turística cada vez más insostenible. Tampoco lo creía el PP de Cádiz hace unos años, pero el donde dije digo funciona algunas veces, muchas veces incluso. Mire usted lo de AIG, que lo mismo se quejan de que se desperdicia el agua que de que pongan los lavapiés en las playas; o lamentan que este Ayuntamiento haga con los sintecho lo mismo que ellos habían hecho antes, o critican el pliego de limpieza que se había elaborado cuando estaban ellos gobernando… todo a la contradicción.

Dos años hacía que no se celebraba en Cádiz un debate sobre el estado de la ciudad. Un debate que solo sirvió para poner de manifiesto que nada es verdad ni es mentira. Para el equipo de gobierno «la ciudad está progresando», para la oposición «nada ha mejorado en la ciudad», para los ciudadanos la vida sigue igual –más ajetreada, quizá con tanta actividad, tanta verbena, tantos actos-, porque cada día hay que levantarse, pagar facturas y seguir viviendo. Tiene razón el alcalde, queda mucho por hacer en esta ciudad, pero, sobre todo, hay que dejar bien claro quién gobierna la ciudad, para que no parezca que todo es más de lo mismo, porque como le recordó Oscar Torres, el ejercicio del gobierno requiere en muchas ocasiones «tomar decisiones complicadas e impopulares».

Pensando en la ciudad, y pensando en el futuro, sin olvidar el refrán, porque donde dije Bruno…

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios