Hoja Roja
Las cucarachas
La supervivencia, dicen, es la característica más destacada de estos insectos, a los que se les atribuyen cualidades extraordinarias
Dejó de interesarme Gregorio Samsa cuando a la gente le dio por interpretar lo que había escrito Kafka en 1915, como si fuese el oráculo de Delfos. Soy más simple de lo que aparento y que alguien se convierta en cucaracha me parece ... algo de lo más normal; bueno, no quiero ser exagerada: sé que no es normal, pero tampoco es imposible. Verá, cuando Kakfa escribe «La Metamorfosis» el mundo andaba -como ahora- tambaleándose y la Gran Guerra –después conocida por I Guerra Mundial, fundamentalmente para diferenciarla de la segunda edición, aunque fuese todo lo mismo- campaba a sus anchas por Europa, por África, y por parte de Asía y América. Veníamos de aquellos fenómenos finiseculares de pérdidas del poder colonial y de guerras territoriales y ya solo nos faltaba buscar a los culpables, ponerles nombre, y repartir las cartas para comenzar la partida del nuevo orden mundial. Kipling –el de «El Libro de la Selva» en versión heavy, y no la de Disney- se enfrentaba abiertamente a los alemanes en la prensa, Virginia Woolf concluía su primera novela, «Fin de viaje», una sátira de la sociedad británica, a D.H. Lawrence le incautaron y quemaron miles de ejemplares de «El Arcoíris», por provocador, y Edward Rice Burroughs seguía publicando con mucho éxito, y por entregas, sus novelitas de Tarzán ambientadas en la África aún colonizada de ancagüa Chita y esas cosas.
Un panorama estupendo, como puede ver, donde lo menos estrambótico es que uno se acueste por la noche y se levante hecho una auténtica cucaracha. La supervivencia, dicen, es la característica más destacada de estos insectos, a los que se les atribuyen cualidades extraordinarias, como la supuesta inmunidad a la energía nuclear o la adaptación a cualquier medio; y cualidades tan fieramente humanas como las de buscar, sin descanso, cobijo, agua, alimento y pareja, contra todo. Que las cucarachas son asquerosas es algo en lo que todos estamos, más o menos, de acuerdo, hasta existe en el diccionario una palabra que define el odio hacia estos bichos, la blatofobia, que no es, ni más ni menos, la que padecen los familiares de Samsa en la novelita de Kafka cuando se dan cuenta del percal que tienen en su casa y de que no puede hacer otra cosa más que esperar, con paciencia, el momento de darle un pisotón al bicho, aplastarlo y santas pascuas. No hay más.
Pero como somos así de complicados, resulta que lo convertirse en cucaracha debía tener otra explicación. Que si la explotación laboral, que la dependencia familiar, que si la salud mental, que si exclusión social, la opresión, la modernidad, la alienación, la falta de empatía, de valores, los apartamentos turísticos… yo que sé. Hay cientos de interpretaciones sobre la obra de Kafka, cientos de profecías, de disquisiciones que intentan, en vano, simplificar lo que ya de por sí es una simpleza. Que vamos a terminar todos convirtiéndonos en cucarachas, si es que no lo somos ya.
«El verano será complicado», dicen los expertos –hay, por lo visto, expertos en esto también- ante la rápida evolución de las cucarachas en los últimos tiempos. Los efectos del cambio climático, ya sabe, el aumento de las temperaturas y la humedad, están acelerando los ciclos metabólicos de estos insectos y se están reproduciendo más de lo esperado. A ellas, tampoco les afecta lo del envejecimiento poblacional, porque son listas y lo de creced y multiplicaos lo han aprendido de manera empírica, sin necesidad de que ningún dios ni ningún gobierno haya tenido que intervenir. Son así, resisten como Pedro Sánchez, a cualquier adversidad y se apoyan las unas a las otras porque tienen hasta conciencia de clase. Y, además, se han hecho inmunes a los insecticidas, según la asociación de empresas de sanidad ambiental de España, que alertan del masivo crecimiento de estos bichos en las zonas costeras y turísticas, que es donde encuentran el ambiente perfecto para su refugio y alimento, y para reproducirse de manera vertiginosa. Al parecer, sienten especial predilección por hornos, cajones, tuberías, los bajos de las lavadoras y los frigoríficos, los zócalos y tienen muy desarrollada la tigmotaxis que consiste en no ir de frente, sino en ponerse de perfil, manteniendo contacto dorsal con los objetos y moverse siempre a la sombra de muebles o paredes, intentando pasar desapercibidas. Ya lo sé, acaba usted de llegar a la misma conclusión que yo. La metamorfosis ya ha empezado.
Le contaba esto porque, en breve, empezará, como cada año, la campaña de desinsectación del alcantarillado de nuestra ciudad. Ya sabe, esa época maravillosa en la que usted va por la calle y se encuentra montones de cucarachas corriendo como locas, intentando subirse a las fachadas, a los bajantes, a sus piernas… o las ve salir de los husillos como si fuese la boca del metro en hora punta, o como si fuesen a coger sitio en El Manteca, antes de que abra. Un asco, por cierto, del que disfruto mucho, sobre todo si la marabunta de cucarachas se cruza con algún grupo de turistas sin que ni unas, ni otros, se espanten, que a ese grado de atontamiento estamos llegando.
Y le cuento esto porque Cádiz, que se está postulando para ser la ciudad de los trasteros, es una de las preferidas por las colonias de periplaneta americana –la cucaracha americana- y le cuento esto porque acumulamos tantos cachivaches en los trasteros –a pie de calle- que no quiero ni pensar en donde van a acabar las despavoridas cucarachas –hasta arriba de insecticida y resabiadas- cuando comience la campaña.
A mi dejó de interesarme Gregorio Samsa hace mucho tiempo. Ahora me interesan más otras metamorfosis, como la de esta ciudad, por ejemplo.