Coronada de Penas
Tal vez usted sea de los que hoy proteste porque ya están otra vez los capillitas con las procesiones ocupando la vía pública
Hace unos días fallecía el padre José Carlos Muñoz, un cura pequeño con una fe muy grande, que dedicó su vida a dignificar la vida humana tratando de aliviar el sufrimiento de los más necesitados, tal vez porque habiendo sido alumno del Colegio de ... la Viña, conocía de cerca el rostro amargo de los mansos, de los tristes, de sus vecinos los limpios de corazón, los misericordiosos como el Cristo de la Palma que preside cada calle, cada casa de uno de los barrios históricamente más castigados de nuestra ciudad. Del padre José Carlos aprendí una de las lecciones más útiles que he recibido en mi vida. Gracias a él entendí que, aun siendo ciega la fe –y aun llevando una venda en los ojos-, la gente, en su debilidad, necesita –necesitamos- «ver para creer» y que por eso, los sacramentos son signos visibles de algo invisible, que nos confirman en nuestra fragilidad y nos ayudan a comprender lo que, de otra manera, sería totalmente incomprensible. Así, los símbolos cobran un significado que representa ese momento trascendental que la venda de los ojos no siempre nos deja ver; usted los conoce igual que yo, el agua en el bautizo –curioso que hasta en los bautizos más festivos se use también el agua-, el anillo en las bodas, el abrazo en la reconciliación, las manos en la enfermedad… son gestos que usamos más de lo que pensamos y que reconfortan más de lo que creemos.
Esta mañana, después de casi tres años desde que el obispo de Cádiz lo autorizara, la Virgen de las Penas, titular de la archicofradía de la Palma -la virgen viñera- será coronada canónicamente, en un acto que tal vez a usted le parezca irrelevante, frívolo o incluso innecesario en estos tiempos que corren en los que hemos desarrollado una tendencia a quedarnos con la parte más externa, con la cáscara, con lo superficial, sin mirar más allá, sin querer mirar más allá. Por eso, precisamente por eso, es más que necesario recordar que son casi tres años los que el barrio de la Viña lleva esperando este momento, este signo visible de cosas tan invisibles como son el amor, la entrega, la fraternidad, la solidaridad, la compasión, la identificación con los más necesitados, la consolidación de una comunidad vecinal y parroquial que hoy, después de casi tres años, se hace corona; una corona que a la vista simple de los ojos está hecha de oro y pedrería, pero que si la miramos de otra forma nos demuestra que está hecha de penas, como la propia advocación de la imagen. De las penas de los vecinos de un barrio que hace mucho que cedieron sus calles al turismo, a la imagen siempre complaciente del gaditano gracioso, a unos mostradores donde el tres por cuatro recibe un culto desmedido, a unas puestas de sol aplaudidas por la legión de los que avasallan a los camareros, a las vecinas, de los que conquistan las zonas de juegos de los más pequeños, los que no respetan el sueño de los que aún se levantan cada mañana para pagar las facturas … los que han convertido el barrio de la Viña en el decorado perfecto para las fotos en Instagram. Un barrio, tantas veces olvidado por los gobernantes al que le cuesta recordar una vida distinta a esa. Un barrio, tantas veces olvidado por los gobernantes que ha preferido depositar sus esperanzas a los pies de su Madre. Porque solo tiene usted que escuchar hablar a los vecinos –y vecinas- de la Viña para darse cuenta de que la imagen de la Virgen no podía tener otro nombre. Y no es fanatismo, ni superstición, ni ignorancia, ni tiene una explicación ideológica… es mucho más simple. Para los vecinos viñeros, la Virgen de las Penas es la estrella de la mañana, la salud de los enfermos, el refugio de los migrantes, el consuelo de los afligidos, y a todos los lleva en su corona.
La Virgen lleva en su corona a Cádiz. En ella están la Catedral, la torre del Sagrario de Santa Cruz, los delfines que llegan a nuestra bahía, las ramas de las viñas que dan nombre al barrio, los bancos de la Alameda, los mascarones de Antonio López, y hasta una piedra ostionera que nos recuerda que somos eso mismo, piedra, polvo… nada. La corona de la Virgen también lleva la obra social que la Archicofradía ha venido realizando durante los dos últimos años, gracias a los hermanos, la Fundación La Caixa y Cajasol; lleva esos ocho cuartos de baño –y los que aún quedan- de los que no se había ocupado la administración.
Muchos vecinos –y vecinas- siguen viviendo en nuestra ciudad en condiciones preocupantes; muchos necesitan ayuda para llegar a fin de mes o para el material escolar de sus hijos. Muchos vecinos –y vecinas- pagan el recibo de la luz –lo del bono social lo hablamos otro día- y el agua gracias a Cáritas, o a la parroquia, o a la cofradía. Las mismas cofradías que atienden a las personas sin hogar, que les llevan café o una manta cuando hace frío, sin baremar, sin preguntar. Tal vez usted sea de los que hoy proteste porque ya están otra vez los capillitas con las procesiones ocupando la vía pública. Pero déjeme que le diga una cosa, más nos valdría preguntarnos por qué son las cofradías y no las administraciones las que están haciéndose cargo de los más necesitados.
La virgen viñera pasea hoy un rosario de penas y de alegrías, pero sobre todo pasea a un barrio que se hace visible en su corona.