LA HOJA ROJA

Fuera de contexto

Decía Ramón de Campoamor que «en este mundo traidor nada es verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira», es decir, del contexto

El contexto es lo que queda cuando nos quedamos sin argumentos. Un poco como el comodín del público, o el de la llamada desesperada a la que acudimos cuando no sabemos la respuesta, o cuando la sabemos, pero no queremos que se nos note porque ... el remedio, casi siempre, es peor que la enfermedad. El contexto es una forma de justificar lo que no se puede justificar con fundamentos. Y el contexto lo mismo sirve para un roto que para un descosido; dentro o fuera, como en «Barrio Sésamo», según lo que interese: «hay que verlo dentro del contexto» o «eso está fuera de contexto». Y a correr, que el que quiera saber más, que se compre un libro. Según la definición de la RAE –que para eso es para lo que están- el contexto es «el entorno» ya sea lingüístico, físico o político del que depende el sentido de una palabra o de un acontecimiento, lo que, si me apura, no aclara absolutamente nada. Sin embargo, tras esa primera declaración de intenciones, el diccionario de la Real Academia da con el significado exacto del término, aunque aclara –por si hay alguna duda- que está en desuso: «enredo, maraña o unión de cosas que se enlazan y entretejen». Ahí lo tiene, enredo, maraña y tejemanejes… el contexto.

Decía Ramón de Campoamor que «en este mundo traidor nada es verdad ni mentira; todo es según el color del cristal con que se mira», es decir, del contexto. Y cuando es necesario, nos ponemos las gafas de contextualizar para hacer ver lo blanco, negro. Es lo que ha hecho el alcalde de Torrevieja para salir al paso de la polémica que ha generado el desfile de la comparsa Osadía –osadía demostraron, desde luego, y no solo por los disfraces, que la coreografía no tenía desperdicio- en la cabalgata de Carnaval. Yo no sé si a usted le pasa, pero yo siempre había pensado que en Torrevieja –Alicante- vivían los que habían ganado el apartamento en el «Un, dos tres» y unos pocos más, pero andaba yo lejos de la realidad, aunque este dato ni aporta nada al relato ni tiene mayor interés que poner en evidencia la cosa viejuna de los que crecimos con el «hasta aquí puedo leer» de Mayra Gómez Kemp. No me haga mucho caso.

Total, que la comparsa –comparsa, dice- Osadía, de Torrevieja, ha levantado ampollas este año con ese tipo de -no sabría bien cómo explicarlo- cosa extraña, a medio camino entre Camilín –ahora conocido como Sheila Devil y antes como hijo de Camilo Sesto- y dominatrix de mercadillo de pueblo. Ya sabe, ligeritas de ropa, con ligueros, pezoneras, pelucas, lentejuelas y unas especies de mochilas con mensajes, que quedaron eclipsados totalmente, ante la imagen grotesca de niñas chicas desfilando con esas pintas al son del reguetón. Niñas chicas que, todo hay que decirlo, iban acompañadas de sus madres y por tanto contaban, si no con el aplauso, al menos, con el consentimiento de sus progenitores, y con el visto bueno de la comparsa que, en su defensa, afirma que el disfraz no tenía «nada fuera de lo común, es algo común que en carnaval está más que permitido y aceptado socialmente». Bueno, será para Torrevieja-Alicante, y será para esta agrupación que ya en 2022 sacó a la calle un desfile de vírgenes en bikini, primas hermanas del cristo del cartel de la Semana Santa de Sevilla.

A mí, como usted comprenderá, me da exactamente igual cómo vista la gente a sus hijos y cómo se divierta. Pero me llama muchísimo la atención la búsqueda desesperada de un contexto, tanto desde el Ayuntamiento de Torrevieja como desde la propia agrupación, que no convence a nadie. Verá, ante la avalancha de críticas y de voces que denuncian la hipersexualización de menores, al consistorio torrevejense no se le ocurre más que zanjar con un «se ha sacado fuera de contexto» porque «los padres y madres de las menores no pretendían hipersexualizar a sus hijas sino hacer una crítica a la situación política y social del país». Y por ahí, sí que no; que puedo llegar a entender lo de la crítica –bueno, no lo entiendo, pero lo pongo aquí por quedar bien- pero que apelen a la «total libertad para decidir lo que quieren representar en el Carnaval» para justificar el atuendo de las niñas, cuando luego se rasgan las vestiduras con la protección de los menores y la defensa de la inocencia de la infancia, y la lucha contra la pornografía infantil y todas esas cosas, me parece un poco cínico, la verdad. Un quiero y no puedo.

«Prometer hasta meter» era el nombre del tipo con el que desfilaron, que es un nombre, como usted puede comprobar, bastante fácil de explicar a una menor. «Papá, ¿de qué vamos disfrazados?», «vamos de putones, hija, pero en realidad vamos de alegoría común que pretende hacer una crítica social al gobierno de Pedro Sánchez y sus políticas feministas, lo entiendes, ¿verdad?». El contexto, ya se sabe. La hipocresía, ya lo sabe.

Y así nos va. Si el vídeo de las chiquillas en liguero no se hubiese hecho viral al alcalde de Torrevieja no le habría hecho falta buscar el contexto, quizá porque le habría parecido absolutamente normal la actuación de la comparsa. Sin embargo, ha sido el propio contexto, el de las redes incendiarias el que ha señalado, en esa ocasión, que el emperador va desnudo. Y las niñas, casi que también.

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