hoja roja
Un circo con tres carpas
No soporto los circos, ni los denotativos, ni los connotativos, por mucho que nos hayamos acostumbrado a que todo, a nuestro alrededor, se haya convertido en un auténtico circo
No existe una palabra en nuestro idioma que concrete la aversión -no diré odio- a los circos, aunque sí hay estudios que avalan la existencia de causas que justifican el rechazo que produce en muchas personas, lo que se dio en llamar «el mayor espectáculo ... del mundo» y que, durante años, se vendió como entretenimiento amable para toda la familia. Sin embargo, sí que existe, mire usted qué cosas, un término que define el miedo a los payasos, la coulrofobia, que va sobre la conmoción irracional que mucha gente experimenta cuando se encuentra con uno de ellos; de los payasos profesionales, quiero decir. Así que metonímicamente hablando, doy por buena la sinécdoque y reconozco que algo de coulrofobia –o mucho- sí que tengo. No soporto los circos, ni los denotativos, ni los connotativos, por mucho que nos hayamos acostumbrado a que todo, a nuestro alrededor, se haya convertido en un auténtico circo.
Y el caso es que, ahora que nos ha dado por el revisionismo ochentero de casetes en ventas de carreteras y la recuperación reivindicativa de las musas de la transición, es cuando me doy cuenta de dónde me viene mi antipatía por los circos. Ya sabe, Ángel Cristo y Bárbara Rey regentaban el circo más mediático y el que más veces vino a la barriada de la Paz –usted se acordará porque con él venía siempre el Levante-, el Circo Ruso se llamaba.
Un circo de tres pistas que, a día de hoy, no pasaría ni uno de los filtros de la corrección política: animales maltratados, niños explotados, gigantes y cabezudos –yo también caigo en la incorrección, aunque me doy cuenta-, inmigrantes sin demasiados papeles, magos de malos trucos… en fin, lo que se dice un circo, con todas sus acepciones, incluso las más desafortunadas. Allí, junto a las tres carpas que por las tardes parecían el asombro de Damasco, se hacinaban, a la luz del día, las furgonetas, las caravanas, las jaulas de los animales atontados y todo el malvivir de los que con las luces de neón barato se convertían en la trapecista, el equilibrista, los malabaristas y las tragasables.
De aquellos lodos también vinieron otros polvos. Los charlatanes que iban, de pueblo en pueblo, de circo en circo, ofreciendo todo tipo de baratijas con «un pico de oro» –así calificaba la prensa aquellas cosas- a precio de ganga, desde una destartalada furgoneta. «Señoras y señores, esta manta lisa de pura lana es la más apropiada para los recién casados, esta manta es capaz de hacer milagros: con esta mantas se acuestan dos y amanecen tres», gritaba Ramón Gambín Martínez, Ramonet, con alocución y disciplina prusiana, a una atenta clientela que se dejaba deslumbrar por la oferta, porque ¿quién podría resistirse, si por el mismo precio no se lleva una, ni dos, sino tres mantas?
Lo sé. A usted le pasa lo mismo que a mí; que todo le suena, aunque no lo haya vivido en primera persona. Charlatán, tres mantas; circo, tres carpas. La ecuación se resuelve sola.
Pensaba en esto mientras leía que nuestro Ayuntamiento no plantea este año la instalación de una carpa, e ingenua de mí, creía que por fin se haría realidad aquello de menos copas y más coplas y el carnaval no es un botellón, ni una macro discoteca, y que fuera los autobuses de los preservativos felices, y que los chavales –y las chavalas- tienen que vivir el carnaval con los cinco sentidos… y qué se yo, todas esas cosas que nos han dicho en más de una ocasión y que, en más de una ocasión, nos creímos. Pero no, no iba por ahí la cosa. Porque este año, nuestro Ayuntamiento no va a instalar una carpa, no; ni dos, sino tres, y por el mismo precio, como las mantas de Ramonet.
Tres carpas, como el circo Ruso. ¡Quién dijo miedo!
Así que, si los vecinos ya andaban molestos por el caldo, ahí van tres tazas. Para evitar aglomeraciones, claro, para procurar el descanso de los ciudadanos y las ciudadanas –o mejor dicho, para repartir las molestias ocasionadas-, para que haya una «oferta de ocio diversificada» y, sobre todo, para que quede constancia de que estamos en un año electoral, que si no, para qué tanto circo.
Y lo malo de poner un circo es que te crecen los enanos, tarde o temprano. La coincidencia -¿coincidencia?- del último fin de semana de Carnaval con el puente del Día de Andalucía parece que no ha traído buenas noticias para los cofrades. La celebración de Viacrucis oficial coincide peligrosamente con la víspera del 28 de febrero, fecha para la que se anuncia «un concierto en San Antonio como previa del Día de Andalucía» -¿se ha celebrado alguna vez un concierto como previa del día de Andalucía?- y la apertura de las tres carpas de carnaval. Y aunque, desde el Ayuntamiento, se insiste en que nada va a interrumpir ni a perjudicar la celebración católica, lo cierto es que las tres pistas del circo estarán a pleno rendimiento esa noche. Señoras y señores, niños y niñas, pasen y vean, con todos ustedes, lo nunca visto: el increíble viacrucis, el magnífico concierto, la simpar carpa de ocio diversificada…
En fin, habrá que comprar entradas porque el gran circo con tres carpas ha llegado a la ciudad. Esperemos que no traiga más Levante.
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