Hoja Roja
La Casa del Carnaval y ya está
Estoy de acuerdo con el alcalde en que abril nunca es mal mes
Por una vez, y no me importa que sirva de precedente, estoy de acuerdo con el alcalde en que abril nunca es mal mes. Ni siquiera cuando te lo roban, como a Sabina, y eso que lo guardaba en el cajón donde guarda ... el corazón, ya sabe. En el mismo cajón, el del corazón, donde llevaba guardado el proyecto del museo -o como se quiera llamar- del Carnaval, formando parte de ese catálogo sentimental de proyectos imposibles en la ciudad de Cádiz. Allí, junto a grandes despropósitos de cuyos nombres no quiero acordarme -al menos por ahora- y junto a otras pequeñas infamias, dormía el sueño injusto de los justos lo que pudo haber sido y, finalmente, no será, ya sabe usted a lo que me refiero. Abril puede ser un mes apropiado, claro, pensará el alcalde que entre una cosa y otra, mientras voy y vengo, por el camino me entretengo y abro el museo del Carnaval, así, como si nada.
Llevamos tanto tiempo rumiando lo del museo del Carnaval que, al final, hemos vomitado una cosa que no tiene nada que ver con lo que se nos había dicho hasta ahora. Medio siglo da para mucho, -qué sabré yo- y más de medio siglo ha pasado desde aquel ingenuo «museo del comparsista» auspiciado por las fuerzas vivas imperantes en la época con José María Pemán como relator al frente, que vivió de manera efímera en el torreón de las Puertas de Tierra en mayo de 1969. Allí, entre maniquíes con los tipos del momento, destacaba el de «Las viejas ricas» y se hacía un tierno y nostálgico –aquí he puesto nostálgico queriendo- recorrido por lo que entonces se llamaban las Fiestas Típicas Gaditanas. De aquellos polvos no vienen estos lodos, claro está, pero la sombra del museo ha sido tan alargada, y nos lleva cubriendo tanto tiempo, que nos ha terminado por nublar la vista y las entendederas. Si no, no se explican ni el logo, ni el vídeo promocional, ni siquiera el nombre que finalmente se le va a dar al equipamiento instalado en la casa de Recaño, que responde, de manera fiel, al refrán castellano de «Si sale con barba, san Antón, y si no, la Purísima Concepción». Ha salido la Purísima, ya ve.
A mí me enseñaron que del árbol caído no se hacía leña, cuánto menos la haré del museo caído, el que debía haber recibido ya, a estas alturas la visita de 312.523 turistas -siempre me ha fascinado la precisión de numérica que tiene la gente- y el que ahora va a ser la casa de todos, dispuesta ya, como decía nuestro alcalde, en una de las tantísimas presentaciones que ha tenido el museo, o no museo, para hablar «de lo más hondo de Cádiz». Y no es que yo quiera meterme en honduras, pero no puedo evitar acordarme de Samaniego y aquel parto de los montes «que al mundo estremecieron, un ratoncillo fue lo que parieron». Un ratoncillo con ocho salas permanentes -requisito indispensable para que legalmente se pudiera considerar museo- que finalmente «no será «una colección de maniquíes con tipos o libretos» -lástima, porque yo contaba con el gorro de «La mar de coplas» como uno de sus principales atractivos- sino que será «una experiencia» que cada visitante vivirá a su forma.
La explicación que se dio en la presentación oficial no me convence del todo, -vaya por delante que no es a mí a quien debe convencer-, pero he de reconocer que está bastante trabajada. «La palabra museo no era del todo correcta, porque no se puede encerrar el carnaval en unas paredes», destacaba nuestro alcalde abriendo, quizá sin intención, un melón difícil de calar hasta el fondo. Si el carnaval no se puede encerrar en unas paredes, ¿Por qué llevábamos llamándolo museo desde el principio? ¿Ahora es cuando se han dado cuenta de que el nombre exacto de las cosas solo lo otorga la inteligencia? Los periódicos viejos sirven para mucho más que para envolver el pescado –en contra de lo que decía Walter Lippmann- de mañana, y los periódicos viejos aun recogen aquellas declaraciones de hace seis años, cuando el propio alcalde habla de «la conveniencia de que Cádiz cuente, por fin, con un Museo del Carnaval«, y de la oportunidad de que el Palacio de Recaño fuese un «contenedor más que adecuado para albergar todo un Museo del Carnaval como se concibe». Las palabras, incluso las escritas, se las lleva el viento. Y ahora, a unos meses de que se abra, por fin, La Casa del Carnaval, y de que podamos ver «no solo en la musculatura sino también en su epidermis» –no, no me pida que se lo explique- el resultado de más de medio siglo de proyectos, contraproyectos, ideas, esquemas y maquetas, cruzamos los dedos porque no se cumpla la fábula «pero suele a menudo, ser el gran parto de su pensamiento, después de tanto ruido, solo viento» y podamos, disfrutar del museo del Carnaval, aunque se llame casa.
Yo también creo que abril es un mes apropiado para abrir las puertas de la casa, aunque ahora que lo pienso, quizá no es tan buena idea porque «abril trae las flores y mayo se lleva los honores». Pero no me haga mucho caso, que ya lo dice el refranero «mujer refranera, mujer majadera», así que me lo digo yo sola, no hace falta que usted me lo subraye. Y añada además, que no entiendo el cartel de Semana Santa, por mucho prospecto que traiga. Para más inri.
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