Opinión

Candidato viene de Cándido

... lo único que me motivaría ahora será un golpe de efecto. Todo suena a lo mismo...

Llevo una semana viendo películas de Navidad. A todas horas, en todas las cadenas de televisión y en todas las plataformas disponibles. A mí no me apasionan, pero en mi casa, que tienen tendencia –y compulsión- para ir rellenando las hojas de las agendas ... con muchísima facilidad –hay quien ya va por octubre del año que viene- gustan tanto que decidí, hace mucho tiempo, rendirme a la evidencia de que ni mi reloj biológico ni el de pulsera van al mismo ritmo que el de los demás. Ya ve, aun no se han terminado las castañas y las nueces, y –confiéselo- ya el turrón y los polvorones se ha hecho un hueco en su cesta de la compra. Pero a lo que iba, las películas navideñas son el pan nuestro de cada día; nuestro, y de más gente de la que yo, ingenuamente, suponía. De momento, en esta temporada ya he visto «Navidad de golpe», «Doce regalos por Navidad», «La carroza de la Navidad», «Sorpresa en Navidad», «Soltero hasta Navidad», «Un castillo por Navidad» –Brooke Shields se tenía que haber quedado en la isla del Lago Azul y que no la hubiesen encontrado-, y «Atrapado en la Navidad». Son facilonas de ver porque, en realidad, todas son la misma película: un joven o una joven altamente cualificados para reventar los mercados bursátiles en cualquier momento, debe acudir –por trabajo, por obligaciones familiares, o simplemente porque sí- al otro lado del mundo –normalmente a estados norteamericanos de mucho frío y poca cobertura para móviles- para dar una mala noticia: o cierran la fábrica que da de comer al pueblo, o acaban con la emisora de televisión local, o arrasan con las tiendas locales para construir un centro comercial. El caso es que el joven o la joven –deben ser agresivos, egoístas, caprichosos- acaba alojado en el hotelito con encanto del pueblo, regentado siempre por una familia empalagosa de ponche caliente y galletitas de jengibre, en la que suele haber un viudo o viuda que se esfuerza en celebrar la Navidad a pesar de sus cuitas. Evidentemente, el hotelito está al borde de la quiebra –normal, por otra parte con el derroche lumínico que hay en todos los rincones, y el gasto en adornos para el árbol- y el protagonista, tras muchas escenas de relleno, encuentra allí el amor, el sentido de la Navidad y, por supuesto, logra salvar de las garras del capitalismo el pueblo más remoto del más remoto estado yanqui.

He de decirle que yo no venía a hablarle de películas navideñas –aunque reconozco que podría estar horas haciéndolo- sino del efecto espejo que tanto adelanto de fechas tiene en la sociedad. Qué le voy a contar, si ya tenemos cartel de Carnaval –magnífico, por cierto, además de dedicado a los seres vivos no humanos de Cádiz-, si ya sabemos las fechas del viacrucis oficial del Consejo de Hermandades y Cofradías del año que viene –cuidado que la fecha es muy golosa para otros menesteres-, e incluso sabemos que será el 17 de abril cuando se entreguen en nuestra ciudad los premios Max de la artes escénicas. Lo de las agendas, ya ve, no es solo cosa de mi casa. Y también sabemos –eso lo sabíamos de antes- que el próximo 28 de mayo tendremos elecciones municipales.

Así que estoy entretenida con la nómina de partidos que, hasta el momento, optan a la alcaldía de nuestra ciudad. El caso es que me pasa lo mismo que con las películas de Navidad: Cádiz Sí, Ahora Cádiz, Adelante Cádiz, Ganar Cádiz… ya ve, no es cosa mía, ni de los productores de telefilmes navideños. Y lo peor no esto, no. Mi afán por sacarle provecho al tiempo que pierdo en ver películas me lo ha puesto muy claro: siempre hay un joven –de momento aquí no hay ninguna joven, después hablamos de feminismo- sobradamente preparado –eso dicen-, con su puntito de ingenuidad, dispuesto a salvar la ciudad como si de un milagro navideño se tratara.

Ya sabíamos de Ismael Beiro, al que según sus propias palabras le sobra la palabra «alcalde»: «me gustaría que me llamaran el trabajador de Cádiz». Y esta semana hemos sabido del candidato de Ciudadanos al que su formación ha nombrado a espaldas de las actuales concejalas –eso se le da muy bien a los de Ciudadanos- dándole el premio de consolación por haberse quedado sin su acta en el Parlamento andaluz, y al que ya hay quien ve tendiéndole una mano a Eugenio Belgrano –que se suponía también candidato- para conformar la lista.

Candidato viene de cándido, es decir, blanco, ingenuo, que no tiene malicia… pero también simple. Y es ahí donde entra el último pretendiente, hasta el momento. Porque Óscar Torres, que viene de un partido machacado por el electorado desde hace veintisiete años en nuestra ciudad, se ha presentado como líder oficial –aún no han sido las primarias en su formación- con un perfil tan bajo que habrá que hacer esfuerzos por verlo. «Yo soy del montón» dijo en su presentación el pasado martes –entre el trabajador y el del montón, a ver si no vamos a tener alcalde, no sé yo cómo va esto- y «no voy a sacar conejos de la chistera».

Una pena, la verdad, porque lo único que me motivaría ahora sería un golpe de efecto. Todo suena a lo mismo, trabajo, turismo, medioambiente, feminismo, transporte público… nadie ha puesto, hasta el momento, encima de la mesa un programa serio, una alternativa a lo que todos critican. No hay argumentos nuevos, todos son el mismo, como en las películas de Navidad.

Yo por si acaso, siempre me reservo un rato para ver «¡Socorro, es Navidad», que al paso que vamos podría llamarse «¡Socorro, es un año electoral!»

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