hoja roja

Cádiz siempre en la cola

No sé si es algo que llevamos en la masa de la sangre o se trata de algún vestigio cultural heredado de nuestros antepasados

Que esta ciudad gusta mucho hacer una cola es algo que no le voy a descubrir yo, a estas alturas. No sé si es algo que llevamos en la masa de la sangre o se trata de algún vestigio cultural heredado de nuestros antepasados, pero ... lo cierto es que en Cádiz estamos tan acostumbrados a hacer cola que, incluso los centros de salud, se han apuntado a eso de la fila única, una fórmula de éxito que hace tiempo implantaron los supermercados y que consiste en hacer esperar al personal, formando una fila india, aunque todas las cajas estén operativas y vacías. Usted lo sabe, si le da por entrar en el antiguo Simago –a la hora que sea- tiene una cola asegurada donde poder socializar un rato, criticando al Ayuntamiento y a Pedro Sánchez, o liar una bronca porque alguien se quiere colar, o porque el niño de la caja es muy lento, o porque cuando, al fin le toca a usted y la voz enlatada dice «caja número cuatro», la caja número cuatro está cerrada. Forma parte del espectáculo y, casi siempre, lo asumimos con naturalidad. Ya le digo, debe ser algo endémico de esta ciudad a la que no le asombra que cientos de turistas esperen de forma paciente, más o menos, cada tarde, en la puerta del Manteca para comerse unos chicharrones servidos en un papel de estraza y poder subir en sus redes sociales una foto a la que rotulan «esto es Cádiz».

Llevan razón. Nos gusta hacer colas y sentimos la llamada en cuanto vemos a veinte personas formando una fila. Nada nos impide ser el veintiuno; primero se pone uno en la cola y, ya luego, pregunta al de delante «¿esto para qué es?». Las que más gustan son, sin duda alguna, las gratis, las que tienen premio: un topolino, el día que Los Italianos deciden que ya es primavera en la calle Ancha, un globo en el belén de Cajasol, un cubo marrón –yo lo uso para los alfileres de tender la ropa- para cuando nos pongan los contenedores orgánicos –a saber dónde tendremos el cubo en ese momento-, una bolsa de tela, una camiseta, un pestiño, un erizo, un ostión, una gamba congelada… colas productivas, vamos. Uno se pone allí, aguanta la espera y, al final, le dan algo por la cara. Luego están las colas para «ver», que esas también gustan bastante en Cádiz. La cola para ver el castillo de San Sebastián, o para ver el «pasaje» de algo: del terror, del niño Nicolás –que no es lo mismo que el pequeño Nicolás-, para ver a los Reyes Magos, o para visitar Elcano y cotillear el sollado donde va a dormir la Princesa Leonor, o para ver a un famoso de la tele, o para un concierto –gratis- de lo que sea. Y por, fin, están las colas de «comprar», que son otro nivel, por supuesto.

¿Quién no ha hecho cola para comprar Lotería de Navidad en «El Gato Negro»? ¿Quién no ha estado más de media hora esperando para recoger el roscón de Reyes que tenía encargado desde hacía meses? Y… ¿quién no se ha puesto en una fila de gente sin saber si ese día, y en ese lugar, iban a salir las entradas del COAC? En las colas de «comprar» es donde la gente está más cabreada, siempre. En ellas, todo se magnifica – como en Gran Hermano-, y todo es motivo de bronca. Que si la rubia que está delante ha llegado más tarde que yo y se ha metido por la cara, que si aquí llevamos desde las cuatro de la mañana y no se guarda sitio a nadie, que si dile a tu primo que se venga ya porque se va a quedar sin sitio, que si están diciendo que van a salir en otra parte, que si coge la moto y llégate por si hay gente puesta...

Cuatro días se han pegado los familiares de la cantera haciendo cola para conseguir las entradas del COAC infantil y juvenil. No se habían ido todavía los Reyes –los de Oriente- cuando ya estaban en la puerta del Falla; «Llevamos ya cinco días de cola esperando las entradas para ver a nuestros hijos e hijas», decía un padre desesperado, al que nadie le daba información. Indignados, los integrantes de la cola clamaban: «nos gustaría ver aquí a la concejala o a los técnicos de turno pasar frío uno y otro día». Ya se lo dije antes, en las colas de pagar, todo se magnifica, y esto no ha hecho más que empezar; nos quedan los cuartos, las semifinales, la gran Final, y las sillas de la cabalgata, una cola que siempre acaba en drama.

Esta ciudad, siempre en la cola, nunca defrauda. Conozco a alguien –y no es el único- que dice que en La Marina parecía que hacían castings –de poca empatía- para contratar a los camareros. Esta semana, el casting de camareros de La Marina se ha hecho realidad: «la vamos a liar», dice su nuevo propietario. Los interesados ya pueden ponerse en cola.

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