Hoja Roja
La burra al trigo
Hay historias que nacen condenadas a repetirse una y otra vez como si la maldición de los dioses hubiera caído sobre ellas
No solo vuelven las oscuras golondrinas ni la primavera a El Cortes Inglés. Hay historias que nacen condenadas a repetirse una y otra vez como si la maldición de los dioses hubiera caído sobre ellas. Seguro que usted está pensando lo mismo que yo; lo ... llaman el eterno retorno, y según Nietzsche -que cuando me pongo filosófica, me pongo- solo un «superhombre» puede considerar eso de volver una y otra vez sobre sus pasos como algo positivo. El común de los mortales pensamos que es un coñazo -admítame el término pese a las connotaciones- tener la sensación de que nada avanza y de que el movimiento se demuestra andando, pero para atrás.
No piense que le voy a hablar de Valcárcel, porque si lo hiciera, estaría cayendo en mi propia trampa. Una vez dije que Valcárcel no sería nunca universitario y por poco me sacan las tiras de pellejo, que ya sabe usted lo bien puestos que nos sabemos poner en esta ciudad. Del cinturón universitario solo quedan los agujeros -del cinturón, no me malinterprete- como testigos de lo que pudo haber sido y no fue. El edificio vuelve a la Diputación, después de ocho años, como si fuera el hijo pródigo; ha malgastado su suerte durante todo este tiempo y ahora solo queda que el padre mate al cordero más gordo, le ponga un vestido y zapatos nuevos y haga una fiesta «porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto». El proyecto universitario -o lo que sea- ha vuelto atrás, pero no para coger impulso, sino para que la Diputación le lave la cara y lo coloque en la vitrina de los sueños por cumplir. Ahora ya no sabemos qué pondrán en Valcárcel, pero tampoco descarto que en unos días, o semanas, nos vuelvan a vender la burra.
Ahí tenemos el edificio del antiguo instituto del Rosario, que aun estando cerrado desde 2007, ha sido, virtualmente hablando, la sede del Memorial de las Libertades, la Escuela de idiomas, un Museo hipermegacontemporáneo, un centro de empresas, una residencia universitaria, la escuela de hostelería… y no pasa nada, porque lo bueno de esta ciudad es que nunca pasa nada.
Y, si alguna vez pasa, se nos olvida pronto. Ya ve usted la memoria que tiene Adelante Izquierda Gaditana que han llenado las redes de lamentos y reproches por la concesión hotelera de una finca que había otorgado el anterior alcalde, y ellos no se habían acordado. La vida es así, qué le vamos a hacer. Unas veces se acuerda uno y otras no, pero para eso están las inmisericordes hemerotecas, para recordarnos que lo del «memento mori» no era una broma.
Y es que no hay cosa más cierta que lo del hombre, el tropezón y la piedra. Otra vez, más de lo mismo. El Ayuntamiento instala la carpa de Carnaval donde siempre, y vuelve a quitar las plazas de aparcamiento a los de siempre. La opción pasa por luchar una plaza en la Avenida de Astilleros o por comerse el coche durante diez días. Más de lo mismo; igual que los conciertos en San Antonio, ya nadie se acuerda de lo que costó el concierto de Juan Magán en el Carnaval de 2023, pero no hay que ser un lince para buscarlo en internet. Tampoco seré yo quien le aconseje que lo busque, porque el agua pasada no mueve molino, ni yo tengo ningún interés especial en moverlo.
Cosas veredes que se decía antes. Antes, ahora, mañana… todo vuelve. También vuelven las subvenciones europeas y la carta de los deseos municipales. Más de treinta proyectos formarán parte de la solicitud que Cádiz presentará a Europa, porque «tenemos que ser más europeos que nunca», según nuestro alcalde. La lista que conforma el PAI -lo del nombre me recuerda al Chuli, al Pai, al Cabra y a Carmina Ordóñez, pero no es culpa de nadie, más que de los acrónimos- será presentada mañana en un Pleno Extraordinario para su aprobación definitiva. Si le digo la verdad, con leer los epígrafes de la propuesta he tenido suficiente: «barrio equipado», «barrio vivo», «barrio habitable», «Cádiz digital e inteligente» y «Cádiz resiliente» -parecen nombres de comparsa, pero no- son los bloques por los que podríamos tirarnos si no fuera porque del dinero de Europa depende parte de nuestro futuro. Y porque, contra el vicio de pedir, está la virtud de no dar.
A mí ya todo me suena repetido, como en el COAC. Más de un mes dándole vueltas a lo mismo, «a los problemas que importan» -que importan o no- , «a la deconstrucción» machista, a que «la cantera no se toca» y a los fachas. No me quejo, podría ser peor, porque la burra siempre vuelve al trigo.