HOJA ROJA
Las barbas de tu vecino
Mientras tanto, voy a meter mis Holy Cards en la mochila de superviviencia, por lo que pueda pasar
Podría ser ficción, una historia inventada, pero ya se sabe que la realidad siempre anda enredando y trampeando para superar a la imaginación y por eso, cada vez nos cuesta más establecer los límites entre lo real y lo irreal pero verosímil. No es nada ... nuevo, un eterno debate que ya traía de cabeza a los ilustrados -tan racionales ellos- y que se ha convertido en el pan nuestro de cada día, no somos capaces de distinguir entre las sombras donde se esconde la luz. Así que no daré demasiado espacio a la duda y le contaré un cuento, que podría ser verdad o no.
Donde nacieron mis padres -un Macondo como otro cualquiera- el generador que daba luz al pueblo estaba en la casa de un vecino. No era un vecino cualquiera, claro. De hecho, a su padre y al padre de su padre y hasta donde alcanzaba la memoria, los apellidaban «de la luz» sin necesidad de que constara en ningún documento. Llevaban casi un siglo con el generador eléctrico en el salón de la casa, como un mueble más, como una visita de las que no tienen prisa, como el testigo de un tiempo pasado que no tenía intenciones de conjugarse en futuro. Un primo de los dueños de la luz era el alcalde del pueblo, y llevaba ostentando el cargo casi el mismo tiempo que el viejo generador estaba prestando servicio. Todo quedaba en casa, y nada hacía sospechar que tuviera que invertirse el orden establecido por los que establecieron aquel orden. Hasta que los vientos presagiaron cambios, y un joven del pueblo decidió presentarse a las elecciones para ser alcalde, alimentado, en parte por la ingenuidad de los años, y en parte por la novelería de sus propios vecinos que entendían la rebeldía como parte del adiestramiento de aquella pequeña sociedad.
El día antes de las elecciones, el dueño de la luz levantó la palanca del generador. A la fuerza ahorcan, dicen, y unas pocas horas sin suministro eléctrico se convirtieron en la jornada de reflexión perfecta. A oscuras, los vecinos se movían indefensos por las calles, toneladas de comida que solo servían de alimento para las bestias fueron arrojadas a los muladares y las sombras se adueñaron de las ideas. Las cosas salieron como estaban previstas y se hizo la luz de nuevo. Todo había cambiado para que todo siguiese igual, que para algo ya se había inventado el gatopardismo.
Ahora tocaría decir aquello de: moraleja. Pero sé que no hace falta decirlo porque incluso con una hora menos de sueño, usted sabe, igual que yo, que lo del kit de supervivencia para setenta y dos horas, que recomienda la Unión Europea nos está dando para muchas risas. Las mismas risas que nos daba el pangolín de Wuhan, las mismas risas que tuvimos que esconder durante dos largos años bajo una mascarilla. No es cuestión de echar las barbas a remojar, pero sí de pensar en el generador de luz del pueblo de mis padres.
Cuando medio mundo se alarmaba por una posible pandemia por coronavirus, en España, el coordinador de emergencias sanitarias, Fernando Simón, decía que «España va a tener, como mucho algún caso diagnosticado» y también decía que «hay indicios de que esta enfermedad sigue sin ser excesivamente transmisible». Era enero de 2020, ya ve. El pasado jueves, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, le quitaba importancia a la recomendación europea :«No hay que inquietar inútilmente a nuestros ciudadanos. No hay ninguna amenaza para la integridad de España». Haga la regla de tres y confiese que usted también ha fantaseado con qué cosas metería en esa mochila de supervivencia que nunca hará, porque los españoles somos así de estupendos y de todo hacemos un meme. «Es todo un negocio» decimos, «alguien va a ganar dinero con esto», «yo no sé usar una navaja suiza», «¿para qué vamos a necesitar un pico y una pala?», «con un kit de setenta y dos horas no tengo bastante, yo lo quiero para un mes»… qué le voy a contar, que no haya visto usted ya.
Somos tan previsibles que tenemos asumido que no vamos a escarmentar en ninguna cabeza ajena. Que si voy a morir, prefiero que me coja tocando, que decía la chirigota del Bizcocho. No está el mundo como para mucha broma, pero qué vamos a preocuparnos antes de tiempo.
Siempre he pensado que no va a hacer falta que el último que salga apague la luz. Basta con que alguien tenga el generador eléctrico a mano, y le dé a la palanca para que todo, el problema de la vivienda, los colegios que no huelen a puchero -lo de los colegios y las comidas da para mucho, pero en otro momento-, el concejal de la vivienda turística ilegal, el cura de Vejer, las murallas de Cádiz que son de piedra y no se nota, y que el Cádiz se quede en Segunda, dejen de ser un problema.
Mientras tanto, voy a meter mis Holy Cards en la mochila de supervivencia, por lo que pueda pasar.