OPINIÓN
¡Qué tropa!
Ayer llorábamos las muertes de los Guardias. Hoy olemos a gasoil de tractores por un campo abatido que no da para vivir
Les confieso que comienzo estas líneas desanimado, y hasta me atrevería a decir que sin gana alguna de poner una letra tras otra ni una palabra tras otra, porque miro a España y, lo que veo, tiende a hundirme, se me viene encima el asco por cómo se mueve hoy, aquí y ahora, la política. Y no en las altas instancias, no, porque para mí, al menos, dejaron hace tiempo de ser altas, sino hasta por los bajos de su suelo.
Y no lo digo ya por las últimas noticias del asesor del hijo del banderillero que la Justicia y su policía investigará y deducirá lo oportuno porque a él le asiste toda clase de presunción de inocencia, no. Mis náuseas políticas son consecuencia de todo este patio de Monipodio en el que se ha convertido la que debería ser la más noble y pura de las artes, el servicio a los demás para organizarles la vida, para evitarles absurdos coscorrones, para hacer del objeto de su quehacer esa felicidad de la Nación que afloraron nuestros primeros constituyentes y lograr el bienestar de los individuos que la componemos. Porque aquí, a estas horas y en estos días, por desgracia, lo que prima es un malestar generalizado que oculta cualquier atisbo de esperanza e ilusión que nos ayude a sobrellevar esta vida nuestra, ya de por sí dura y difícil, en algo más llevadero en el afán de ayudarnos todos un poco, renunciando a cosas que teníamos por exclusivas y poniendo nuestro esfuerzo en buscar el común beneficio de la sociedad.
La política española, en los términos en los que está desarrollándose, es una enredadera de espinas y hasta el mismo Diógenes lo tendría difícil para encontrar un hombre bueno en ella, y mira que el fulano era cínico. La puesta en escena de nuestros políticos es deprimente y no sólo por las pintas de muchos de ellos, no, sino por ese infantilismo y esa frivolidad constantes en la pelea y en el enfrentamiento, cuando no hasta soez, grosero y cruel.
¿Cómo se puede sostener una sociedad tan dividida como la nuestra? ¿Cómo es posible que el entendimiento entre la clase política no puede lograrse y que estos tipos nos lleven al límite del precipicio?
Desde luego el honor y la vergüenza, si no se han perdido del todo, están más que hipotecados por la violencia de las ideas y la permanente cerrazón incluso para lo que pueda ser justo. No nos merecemos esto porque, además de que es un sinvivir, la política nos está echando encima un saldo negativo de inquietud, de falta de concordia y ausencia de paz para todos.
¿Quién la valora como virtud? ¿Quién nos va a respetar desde fuera si nosotros mismos no lo hacemos?
Estos no son mis políticos. Mis políticos son los que abren sus puertas y sus brazos a los ciudadanos y no se esconden ni se atrincheran en los muros que defienden su Estado. Los políticos no deben ser del Estado sino de nosotros, de los individuos. Y mis políticos no se refugiarían en la sumisión a su jefe porque nos tendrían por jefes a nosotros.
La semana acaba con mascarillas, corrupción y más circunloquios. En el Congreso por un uso más que aprovechado de los reglamentos para estirar unos plazos que permitan al gobierno mercadear la ley de amnistía con los de los siete votos; en el gobierno, con un ministro que no dimite ni muestra empatía, si la tiene, por sus funcionarios caídos en acto de servicio. En lo internacional, porque Europa nos vigila, por los rusos en Cataluña y por otro nuevo secreto con Marruecos. Mientras, el Estrecho, se llena de narcolanchas o Canarias de cayucos.
Ayer llorábamos las muertes de los Guardias. Hoy olemos a gasoil de tractores por un campo abatido que no da para vivir, pero son nuestra compasión y nuestro empeño los que nos pueden salvar, como Galicia, que ha traído esa esperanza. Ya sólo falta que los políticos vuelvan a ser individuos.
Ver comentarios