Javier Rubio - CARDO MÁXIMO
Viudas de tinta
Probablemente, no habrá en España otra plantilla que haya ofrendado un mayor tributo de vidas en el altar de las noticias
A Gloria, Concha, Pepi y Libia
La noticia, esa fuente nutricia de la que nos alimentamos los periodistas y que servimos a los demás mediante el instrumento que tengamos más a mano, llegó en forma de mensaje instantáneo al teléfono móvil mientras el padre Adrián Ríos componía una hermosa elegía fúnebre de Fernando Carrasco en forma de homilía en la misa exequial. Despedíamos al compañero querido y nos llegaba la primicia del primogénito de la compañera recién llegada. «La vida sigue», dijo alguien. «Los contrastes de la vida», acertaron a resumir. Algunas lágrimas incontenibles, mezcla de dolor y alegría, se escaparon en el mismo umbral de la parroquia de San Bernardo donde se había oficiado el funeral. Nadie sabe lo que se encontrará Lucas cuando aprenda a leer, en el plazo de un lustro pongamos por caso, pero hay que dar por seguro que habrá menos cabeceras en el quiosco. Para cuando haya llegado a la Universidad, somos incapaces de imaginar siquiera si seguirá habiendo periódicos impresos en papel.
El debate, más vivo que nunca, nos ha llegado como un eco lejano en medio del luto por el compañero caído, que ha venido a unirse a una lista trágica en la que figuraban, antes que él, Antonio de la Torre, Manuel Ramírez y José Manuel Otero: cuatro periodistas de la misma Redacción de ABC desaparecidos al pie del cañón de la actualidad en quince años. Probablemente, no habrá en España otra plantilla periodística que haya ofrendado un mayor tributo de vidas por servir a los lectores las noticias de cada día. Cierto es que ninguno de los cuatro sucumbió en muerte violenta como sí pueden esgrimir los compañeros de «El Mundo», a los que las balas etarras y las guerras lejanas les arrebataron en pocos años a José Luis López de la Calle, Julio Anguita Parrado y Julio Fuentes, pero nadie puede negar que Álvaro Ybarra –de cuya humanidad hemos aprendido todos estos días– ha enterrado a cuatro periodistas en la madurez de su vida profesional. Demasiado tributo en el altar de las noticias.
Por eso estos días duros y ariscados las he tenido bien presentes. A ellas, a las parejas que soportan a un periodista en casa. Las que sufren de horarios imposibles, las que entienden que antepongamos el afán por contar historias a todo lo demás, las que saben llevar el peso de los días malos y la losa de los días horribles, las que alientan cuando la inspiración se va de paseo, las que sostienen cuando las propias fuerzas flaquean, las que están donde tienen que estar no importa la hora que sea. Mujeres de periodistas a las que, Dios no lo quiera, en pago por todos los sinsabores se les impone además la viudedad. Viudas de tinta como viudas de una guerra en la que toman parte aunque la trinchera esté cavada lejos de casa, allí donde salta el úlimo teletipo. Tenía que decíroslo: valéis mucho. Más que la mayor de las exclusivas que aspiremos nunca a dar.