Manuel Contreras - PUNTADAS SIN HILO

El verano del fin del mundo

Todo amenaza con venirse abajo este verano horribilis. Y mientras el mundo se desmorona, nosotros veraneamos

MANUEL CONTRERAS

ES extraña la sensación de estar de vacaciones y percibir que todo se está cayendo alrededor, la paradoja de descansar mientras el sistema se desmorona. Voy a cumplir cincuenta años y no recuerdo un verano tan apocalíptico como este, una sucesión tan contínua de elementos desestabilizadores fácilmente catalogables como propios del final de una era. Desde que comenzó a apretar el calor todo se estremece: nuestro sistema político, con unos partidos incapaces de desbloquear una coyuntura de ingobernabilidad; nuestro entorno institucional, con una Unión Europea rota y con su viabilidad en entredicho; nuestras referencias culturales, inmersas en una guerra religiosa que ni siquiera ha provoccado un cierre de filas en defensa de la democracia liberal y el pensamiento cristiano, los ejes sobre los que se ha construido desde hace 400 años la Europa que conocemos. Todo amenaza con venirse abajo en este verno horribilis . Y mientras el mundo se desmorona, nosotros veraneamos.

En nuestra sociedad se solapan tres crisis claramente discernibles: una política, otra económica y otra cultural o de valores. Las tres están interrelacionadas y se alimentan entre sí, y la consecuencia de esta conjunción es un patente debilitamiento social. De las tres, sólo la económica ha provocado una alarma generalizada y la acción conjunta de los estados europeos, quizás porque las consecuencias del deterioro económico son inmediatas y patentes. Se reaccionó con prontitud y contundencia, replanteando asuntos básicos como el sistema financiero o la capitalización de la deuda. Sin embargo, hay una crisis evidente del sistema de partidos —traducida en el auge generalizado de los populismos extremistas—, pero el sistema político no ha acometido regeneración alguna, ni en España ni en ningún otro país de su entorno. Más compleja aún es la tercera crisis, la cultural. Europa ha ido secularizando progresivamente sus referencias religiosas, reemplazando la moral cristiana —en sus diferentes interpretaciones— por unos valores ciudadanos basados en la solidaridad, éticamente irreprochables pero asépticos. La consecuencia es que ahora ni comprendemos ni sabemos combatir un fanatismo religioso que no viene a defender sus ideas con nuestro respeto y nuestra tolerancia, sino a masacrarnos. A rebanarnos el pescuezo. No entendemos que maten y mueran por su cultura, así que asistimos atónitos a la masacre y nos apresuramos a idear eslóganes solidarios convencidos de que nuestra fraternidad les impresionará. Pero con nuestros lacitos ellos sacan brillo a sus alfanjes.

Ha pasado medio verano y no hemos dejado de ir de susto en susto. Falta la otra mitad, y no parece que la cosa vaya a cambiar. Si estos días comienza sus vacaciones, prepárense para seguir viendo desde el chiringuito este lento y progresivo ocaso del mundo tal y como lo conocemos.

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