Alberto García Reyes - LA ALBERCA

Trajano, Adriano y Toscano

La dimisión de Lioomones deja solo al alcalde de Dos Hermanas al frente del imperio socialista

ALBERTO GARCÍA REYES

Cuentan que dentro de una de las tinajas de Tomares en las que ha sido hallada la fortuna de un ricachón romano, ha aparecido un acta electoral que certifica la primera victoria de Francisco Toscano en Orippo, yacimiento itálico sobre el que se levantó la ciudad de Dos Hermanas. El tiempo, que tiene tanta premura para casi todo, se encapricha a veces con algunas cosas y se encarga, gracias a una mezcla de inercia, indolencia, comodidad y vista gorda, de mantenerlas petrificadas como estatuas de patricios en las entradas de los anfiteatros. Hay situaciones que permanencen años bajo los sedimentos de la costumbre hasta que, de repente, alguien escarba y se encuentra unas monedas perdidas que cambian la historia. La arqueología tiene ese poder alegórico: halla en el pasado verdades que pueden cambiar el futuro. Desde hace un tiempo, los historiadores de Alcalá de Guadaíra andan buscando unos denarios en el subsuelo municipal y han removido unas tierras que han provocado el ostracismo de su histórico prefecto socialista, Antonio Gutiérrez Limones. Este plebeyo noble huye a Madrid, lejos del teatro en el que representó sus tragedias, como Napoleón fue desterrado en Santa Elena. Allí escribirá sus memorias y recordará con nostalgia su largo esplendor como regidor omnisciente. Y verá cómo el imperio de su partido en el cinturón rojo de Sevilla queda sólo en manos de su vecino nazareno, el más longevo alcalde socialista de España.

La marcha de Limones es un estertor romántico de la política que se irguió durante el despertar de la democracia en los municipios del gran caladero de votos del PSOE en todo el país: la provincia sevillana. Pepe Dorado en Utrera, Emilio Amuedo en Los Palacios, Justo Padilla en Guillena, Antonio Torres en Lebrija, Enrique Abad en La Rinconada o Ángel Rodríguez de la Borbolla en Cazalla cayeron de sus pedestales como caen los bustos de los antiguos pudientes en las ruinas romanas y, aunque algunos de ellos dejaron herederos, sólo ha quedado en pie el inmarcesible Quico Toscano, orador de velódromo que se construyó un hipódromo para mostrar la fortaleza de su cuádriga en los momentos críticos de su generación. Toscano, sólo superado por el extraño reducto de Sánchez Gordillo en Marinaleda, irrumpió en las segundas elecciones democráticas de los municipios desbancando al comunista Benítez Rufo y desde entonces no lo ha podido tocar nadie. Ha sufrido las peores tempestades posibles, que son las que vienen de su propio partido —los contrincantes no le han tosido jamás y los vecinos tampoco—, y ni con este cambio de viento que se ha producido en la política ha visto peligrar su trono. Bécquer, cuya familia vivió sobre las monedas de Tomares sin saberlo, tuvo la premonición: «Con las horas los días, con los días / los años volarán, / y a aquella puerta llamarás al cabo... / ¿Quién deja de llamar?». Limones ya ha llamado. Y al irse proclama, hasta que las excavaciones digan lo contrario, un triunvirato de emperadores de Sevilla: Trajano, Adriano y Toscano.

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