Alberto García Reyes - LA ALBERCA

Los tontos del voto

Es una tragedia que los políticos crean que la gente cambiará su voto con sus concurrencias

ALBERTO GARCÍA REYES

Las campañas electorales sólo sirven ya para que los ciudadanos nos veamos cada día cara de lelos en el espejo. Como la política se ha distanciado tanto de la gente, los candidatos tratan al electorado como una masa deforme que, divisada desde su atalaya, es una madriguera de memos de toda ralea. La vanidad, que es una lacra social normalmente asociada a los tiempos de crisis intelectual, suele convivir con la soberbia. Por eso en estos días de discursos cruzados y consignas de laboratorio, los aspirantes a ocupar escaños en el Congreso de los Diputados caen como pardillos en la profunda e insalvable trampa de sus egos. Ellos siempre saben lo que quiere la gente y qué hay que decir exactamente para abducirla. Nosotros somos simples piezas de consumo, borregos de una manada que balamos al son de su pastoreo mesiánico. Niños de babero que necesitamos su custodia para poder progresar en la vida. Ese es su estatus natural. No se sienten servidores, sino salvadores.

En los vaivenes de la campaña electoral en la que estamos sumidos se han dado ejemplos de todos los colores y algunos de ellos no sólo traspasan todas las líneas del respeto a los demás, sino que terminan generando pena. Uno de esos casos que me ha soliviantado más es el de la queja en tromba de socialistas de cualquier rincón anunciando una pinza entre el PP y Podemos, un burdo ardid de mesa camilla con el que los asesores del partido creen que van a quitarle votos a Pablo Iglesias. Supongo que estas cosas tan sofisticadas funcionan en realidad de la manera más cutre. Un iluminado experto en comunicación política le dice a otro —pongamos que entre ambos suman 15.000 euros de sueldo todos los meses— que hay que hacer algo para evitar la fuga de electores a Podemos y recuperar algunos de esos evadidos. El otro, tras pensar solo en un cuarto durante un par de horas, sale con la pócima que resuelve el problema: «Hay que decir que Iglesias está pasteleando con el PP y que su partido no es la mejor opción para echar a Rajoy». A partir de ahí, sin que nadie ponga en duda nada, se activa la maquinaria. No importa que la consigna sobreentienda que los votantes de Podemos y del PP son unos babiecas que se van a zampar el rollo. Ni siquiera importa que ese lema trate a los afines al PSOE como unos imbéciles que se van a creer a pies juntillas tal majadería. Lo relevante es que los gurús han descubierto la fórmula para darle la vuelta a las encuestas. Hay que jugar al ping-pong o al futbolín en el programa de Bertín, bailar en El Hormiguero, subir un par de montañas o bajar un río en piragua con Calleja y saber poner las manos en algún sitio durante el debate serio. Los expertos ya saben, porque sus nóminas les obligan a ello, que en la calle a nadie le importa lo que los partidos proponen para mantener el sistema de pensiones, mejorar la sanidad pública o la Educación. Usted y yo somos para estos señores los tontos del voto. Aspirábamos a que nos gobernaran sabios y hemos conseguido que nos dirijan sabihondos. A quienes pido humildemente mis disculpas por haberme puesto a pensar un rato. Lo siento. No volverá a ocurrir.

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