Javier Rubio - CARDO MÁXIMO

Saltos en el tiempo

La sociedad española de 1974 no era tan radicalmente distinta a la de 1939 como lo es la de 2016 a la de 1981

JAVIER RUBIO

EL otro día murió el último superviviente del campo de exterminio de Treblinka. Samuel Willemberg, que escapó del campo en la revuelta de 1943 y luego se unió a la insurrección del gueto de Varsovia al año siguiente, ha muerto en Israel a la edad de 93 años. Los veteranos de nuestra Guerra Civil –un acontecimiento tan decisivo para la historia de España como la Shoah para los judíos europeos– llamados a filas por su quinta tienen, como mínimo, 94 años de edad. Se nos está yendo para siempre la memoria viva de aquellos tiempos duros que algunos, cada vez menos, hemos conocido de primera mano de sus protagonistas. En casa, el padre y un tío por cada rama de la familia habían hecho la guerra –no viene al caso ahora en qué bando–, pero el testimonio más aterrador para el niño que este periodista era hace 35 años lo aportaba un pintor desdentado y malhablado que recordaba con delectación cómo las harkas marroquíes se entretenían en cortar dedos para robarle los anillos a los muertos… y a las vivas allí por donde pasaban las columnas del Ejército de Franco.

No es caprichosa la cifra de 35 años. Hoy se cumple exactamente ese aniversario redondo del intento de golpe de Estado del 23-F, aquel misterio que sólo hemos empezado a desentrañar a medias. En estas tres décadas y media, se han publicado libros, se han rodado películas, se han emitido series de televisión y se han vertido ríos de tinta sobre un acontecimiento decisivo en la historia reciente de España. Pero el conocimiento de las generaciones jóvenes sobre este vital trance de la democracia española apenas un lustro después de la muerte del dictador no es, ni de lejos, el mismo que los niños nacidos en pleno «baby-boom» teníamos de la Guerra Civil.

En 1974 se habían cumplido los mismos 35 años que ahora conmemoramos de aquel desafío extremo a la legalidad constitucional, pero la percepción y la presencia de un hecho y otro en la vida cotidiana de los españoles de entonces y de ahora es radicalmente distinta. Quizá porque lo que en origen había sido una tragedia, aunque no fuera cierta la cifra del millón de muertos, se repitió 45 años más tarde como farsa. Los niños de 1974 nos sabíamos de memoria los relatos familiares –los que podían contarse– pero los niños de 2016 probablemente no hayan oído hablar jamás de aquel suceso.

La sociedad española de 1974 no era tan radicalmente distinta de la que había sobrevivido a la matanza fratricida de 1939 como lo es la España desgobernada de 2016 respecto de la del «tejerazo» en 1981. En cuestión de mentalidades, el salto no guarda proporción con el tiempo transcurrido. Empezando por el propio Ejército, que no tiene nada que ver con el de hace siete lustros. Pretender, en tales circunstancias, volver la vista al pasado ochenta años atrás, a 1936, como sugieren algunos empeñados en ajustar cuentas con la Historia es un desatino en toda regla.

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