Antonio Burgos - EL RECUADRO

Rocío a la veneciana

Estoy oyendo las presentaciones por la megafonía del Santuario: «¡Qué avance la gondolera de la Hermandad de Venecia!»

ANTONIO BURGOS

HABÍA habido Rocío con Papa de Roma, cuya memoria aún perdura en el balcón de la esquina del Santuario. Había habido Rocío con Cardenal Almaraz, coronación de la Virgen y coplas de Muñoz y Pabón que aún se cantan: «La Virgen del Rocío/no es obra humana,/que bajó de los cielos/una mañana./Eso sería, eso sería/para ser Reina y Madre/de Andalucía». Había habido Rocío con Reina a caballo, como cuando fue Doña Sofía, acompañada por Doña Esperanza y Don Pedro, a quienes en el Rocío no había que ponerles regios apellidos; en todo caso, hermandades, Villamanrique y Triana. Por haber, hasta había habido Rocío con jefe del Gobierno de la II República, cual el año que fue Lerroux. Pero hasta ahora no había habido, como hogaño, Rocío a la veneciana, con la Madre de la Rocina convertida en Laguna Véneta. Con decir que a la Raya Real sólo le faltaba la pasarela de linces de la carretera convertida en Puente de Rialto... Y es que estoy oyendo el arranque de las presentaciones por la megafonía del Santuario:

—«¡Avance la gondolería de la Hermandad de Venecia!».

Al fin y al cabo, el canotier del gondolero tiene algo de sombrero de alancha. Un Rocío anegado, un Rocío con arriá no lo conocíamos hasta ahora. Tanto, que con la música de una vieja copla que cantaban las trianeras que se iban al Rocío en la batea de un camión decorado con hojas de palmeras y flores de papel, ayer me fui cantando para mis adentros, mientras veía en el ABC esas fotos del Real y de las calles y de los caminos arriados:

Al ver el río Quema

me quedé frío:

nadaba David Meca

hacia el Rocío.

Todo derecho,

cruzaba La Rocina

como el Estrecho.

Aunque visto desde otro lado, esto del Rocío con temporal y frío no es nada nuevo. ¿No se acuerdan ya de los mantones negros como de mujeronas de pueblo sobre los trajes de flamenca en los fríos de las noches de rosario por la aldea? ¿Y esos camperos capotes de agua? ¿Y no se acuerdan de la copla trianera de un Rocío con sombrero de alancha de Carlos Astolfi y devoción de las estanqueras de la calle San Jacinto? La copla que decía: «Que llueva o que ventee/o que haga frío,/la Hermandad de Triana/va pal Rocío». Y más cercanamente, los chaparrones de mayo son el parte meteorológico sentimental del Rocío: «Chaparrones de mayo/lavan los pinos/y asientan las arenas/de los caminos». Claro que una cosa es asentar las arenas y otra asentar hasta el desierto del Sájara y dejar impracticable la Raya Real. Y que en el vado del Quema no se haga pie, y que más que bautizos rocieros haya ajogaíllas en sus aguas. Otra cosa es poner en prohibición toda la lírica toponimia rociera, que es como cerrar el paso por las letras de Manuel Pareja-Obregón. «¡Anda que no tienen que estar empapochás ni ná las chumberas del Camino de las Cigüeñas».

Yo he conocido un Rocío sin carretera. Y con mi zapatera y con su amiga doña Dolores Carvajal, la dueña de Los Amarillos, he ido en la batea de un camión por los caminos de arena a un Rocío sin carretera, sin luz, sin agua corriente, sin alcantarillado y sin teléfono. Evoco ahora la actualísima letra de los chorreones Hermanos Reyes cuando hicieron la carretera forestal: «El que quiera ir al Rocío/que vaya por las arenas,/no vaya a ser tan malaje/que vaya por carretera». Pues este año, a la fuerza, todos los rocieros son tela de malajes: todos por carretera. Por los siete mil millones de rotondas y badenes de la Carretera de la Fresa. Camino de la Plaza de San Marcos, digo, del Real de este Rocío a la veneciana donde parece que al salir de la calle Moguer no te vas a encontrar con el Santuario y la caballería de Jerez, sino con los caballos de San Marcos.

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