Javier Rubio - CARDO MÁXIMO

Realidad aumentada

Fuera de nuestro radar diario, durante el descanso nos aparecen en la pantalla mental algunos monigotes

JAVIER RUBIO

LA sensación de la temporada está siendo un juego de realidad aumentada cuyas descargas en los teléfonos celulares de medio mundo se cuentan por millones. Muy a la pata la llana, el invento consiste en descubrir unos dibujos animados virtuales superpuestos a la realidad que captura nuestro dispositivo móvil. Los jugadores tienen que recorrer su entorno más cercano en busca de estas piezas que brincan sólo en la pantalla de su teléfono, con lo que en EE.UU., que son tan industriosos como noveleros, andan planteando el jueguecito como una forma de hacer ejercicio y combatir el sedentarismo. Previo pago de la correspondiente aplicación, claro está. Pareciera, a simple vista, como si la humanidad de los videojuegos hubiera retrocedido en la escala evolutiva y hubiera vuelto a ser cazadora-recolectora en pos de una componente azarosa e inesperada que es lo que realmente le confiere emoción a la historia. Tal como la vida misma.

En cierto modo, las vacaciones son un tiempo de realidad aumentada. En puertas del fin de semana más festivo del año, cuando el pueblo que no festeja a su patrona, celebra San Roque, el tiempo de asueto se nos presenta como una forma de cazar emociones virtuales que, devorados por las prisas cotidianas de los días laborables, somos incapaces de observar. El índice de rupturas matrimoniales durante la obligada convivencia que imponen las vacaciones estivales así vendría a confirmarlo. Fuera de nuestro radar diario, absortos como estamos con las ocupaciones del trabajo, durante el descanso nos aparecen en la pantalla mental algunos monigotes –ciertamente indeseables por su mal aspecto y su peor desenvolvimiento, como los celos– en los que no habíamos reparado.

Junto a la orilla del mar o en la inmensidad de la montaña, la realidad se dibuja con otros contornos a los habituales y los ecos de esos trajines en que nos afanamos a diario llegan amortiguados por el relajo con que cuerpo y alma se conceden recíprocamente vacaciones. Nada hay más contradictorio que pretender dirigir la oficina –y a quienes en ella laboran– con los pies bañados por las olas. Basta enfocar la imagen para descubrir el bicho de la soberbia en quien considera que nada puede ir bien sin su supervisión.

También el periódico se lee de otra manera. Y se rumian algunas noticias a las que en el tráfago continuo del resto del año apenas les damos importancia. Esa realidad aumentada del verano es la que permite detenerse el tiempo suficiente en la agónica llamada del barrio de Torreblanca, con un 60% de desempleo juvenil, en el que la labor de Cáritas se convierte en algo tan fundamental que los servicios sociales del Estado del Bienestar pasan a ser subsidiarios de la tarea asistencial de la ONG católica. Reconozco que me ha escandalizado esa captura de realidad aumentada: en vez de muñequitos, me aparecen dramas humanos de demasiadas familias que sufren.

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