Alberto García Reyes - LA ALBERCA

¿A quién votamos?

¿Queremos una democracia herida o un régimen populista sólido? Esa es la disyuntiva

ALBERTO GARCÍA REYES

La encrucijada es letal. ¿Votamos a un partido infestado por la corrupción y con los sillones podridos? ¿Votamos a un partido en el que se investiga el mayor fraude al erario de la historia y cuyo candidato le ha dado alas al populismo y alcaldías a los antisistema? ¿Votamos a un partido que apoya a tirios y a troyanos a la vez en función del beneficio propio que el pacto le genere y que no aclara hacia dónde pondrá su brújula el próximo lunes? ¿O votamos a un partido financiado con dinero de Venezuela, donde hay presos políticos, y de Irán, donde no hay derechos humanos, cuyo candidato dice un día que es comunista, al siguiente que es socialdemócrata, después que es peronista, más tarde que es neomarxista, luego que está a favor del referéndum de Cataluña y para rematar que es el gran adalid del patriotismo? La encrucijada es terrorífica. Porque España se expone a su desintegración como nación moderna. Y porque todas las salidas que ofrecerá la mesa electoral este domingo tienen alguna trampa. Por eso en este tipo de situaciones es vital llenar el sobre con el cerebro, nunca con el estómago. Hay que hacerse preguntas elementales y respondérselas con sensatez. ¿Estamos de acuerdo en que la democracia es el menos malo de todos los regímenes políticos? ¿Tenemos claro que el fundamento de la democracia es, además del voto, la división de poderes? ¿Estamos dispuestos a arriesgar el estatus de libertades actual a cambio de promesas revolucionarias para solucionar problemas urgentes? ¿Qué queremos, un sistema de igualdad de oportunidades con algunas injusticias o un sistema igualitarista con otras injusticias? Lo que estamos a punto de dilucidar es exactamente esto: si las miserias de los partidos institucionalistas y moderados de uno y otro lado ideológico merecen ser castigadas con la irrupción de la fórmula que mejor controla la miseria porque de ella depende su existencia. Aquí nos jugamos el alma de la España democrática para dar paso a una nueva forma de totalitarismo que enrevesa la dialéctica para presentarse como bandera de las libertades. Cuidado.

Sólo voy a plantear una cuestión más. ¿Por qué Pablo Iglesias se erige en representante de «la gente» blandiendo sus actuales cinco millones de votos y, sin embargo, proclama sin pudor el bloqueo al partido que ganó las anteriores elecciones y, según los sondeos, va a ganar también éstas? ¿Los siete millones de españoles que han votado al PP y los otros cinco que votaron al PSOE no son también «la gente»? Si todos estos ciudadanos han depositado su confianza en estos partidos, ¿quién es Podemos para ningunearlos? ¿Cómo puede preconizar la regeneración democrática un partido que se pone de espaldas a la decisión de doce millones de españoles? ¿Acaso defienden implícitamente que sus ideas son superiores a las otras y que los electores de las demás opciones son unos pobres desgraciados a los que hay que reconducir? Cambio la pregunta inicial: ¿a quién votamos el domingo, a la democracia herida o al populismo sólido? Como reza el viejo adagio, las urnas no sólo resuelven quién gobierna, sino qué clase de pueblo somos.

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