Manuel Contreras - PUNTADAS SIN HILO
El misterio de Blas
Personajes como Blas Ballesteros no son un accidente, existen porque la política española los demanda
UNA vez revelado el tercer secreto de Fátima, sólo quedan dos misterios que la humanidad ansía resolver. El primero, la duda existencial: ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿De dónde venimos? El segundo es más prosaico pero no menos intrigante: ¿Qué carajo sabe Blas Ballesteros para ir durante más de una década de cargo público en cargo público sin doblarla? ¿Qué dossieres maneja que le abren las puertas de trabajos bien remunerados que desempeña de forma espectral, sin aparecer físicamente por el despacho? ¿Qué resorte activa para que las instituciones se apresuren a crear cargos a su medida que le adjudican a hurtadillas en agosto?
Ballesteros es el paradigma local de esa estirpe de dirigentes que entran en política no para servir, sino para servirse de ella. Gente que empieza en los partidos desde abajo y que con frecuencia compensa su falta de preparación con un acendrado sentido de la supervivencia. Vivaquean por el entorno del poder hasta que logran meter cabeza en un cargo público, y una vez allí no sueltan la presa. Ya instalados en el poder, asumen sin complejos esas zonas oscuras de la gestión pública en las que se bordea la legalidad y de las que otros huyen por temor o por decencia. Saben que sus opciones de seguir medrando entre despachos oficiales son directamente proporcional al número de gatuperios de que sean testigos en las alcantarillas de la Administración, y cuando llegan las vacas flacas electorales mueven con eficacia algún dossier entre las jerarquías del partido para hacer ver que su silencio tiene un precio. Nunca ocuparán un cartel electoral ni les importa, porque saben bien que la esperanza de vida pública es mucho mayor entre las bambalinas que en la primera línea de la política. Pero saben moverse en el entorno de la cúpula del poder, entrando y saliendo del círculo de confianza de los primeros espadas de su partido. Desarrollan una extrema habilidad para mover hilos que les permitan aparecer en el momento correcto en la fotografía oportuna: una fiesta, un premio, un homenaje... siempre sonrientes junto al pez gordo. Son inteligentes, extrovertidos, espontáneos, graciosos y bastante granujas.
Personajes como Blas Ballesteros no son un accidente; existen en la política española porque la política española los demanda. No se trata de pícaros que se han infiltrado en las organizaciones burlando unos férreos controles preventivos, sino tipos que los partidos buscan para desatascar las cañerías por las que circulan los apaños de una gestión opaca. Padecemos concejales como Ballesteros porque sus jefes necesitan gente sin escrúpulos que resuelva los problemas sin atenerse demasiado a los cánones establecidos. «Soluciones imaginativas», me han apuntado alguna vez como eufemismo eximente. Así que menos aspavientos: lo indignante no es el trato de favor con un político como Blas, sino que en su partido ya deben estar buscando a otro para sustituirle.