Alberto García Reyes - LA ALBERCA
Lamento bienal
Hay que celebrar que el flamenco genere tanto interés, pero no solo cada dos años
La bocanada de un ay que sale de las lápidas de las necrópolis. El cante río arriba, sin aire y a contracorriente, de los Ortega que vinieron de Cai hasta Gelves. El martillazo de rabia de un Cagancho para fraguar las herraduras de los mulos que tiran de los carros. La vida latiendo en un pecho arrítmico de seguiriya, que es la hemorragia definitiva de la voz. La muerte doblando sus campanas en la soga gorda del pozo de la guitarra. Las manos como pájaros sin alas. La alegría evaporando las salinas para que se respire sabor en los puertos... La ojana, la supervivencia, la picaresca, el éxito, la espantá, la locura, el silencio, la gracia, la responsabilidad, la seriedad, la tristeza, la pena, el dolor, la redención, el amor, el odio, la luz, la oscuridad, la sabiduría, el conocimiento... El flamenco es la hoja de una cuchilla que afeita el Sur a navaja. Y lo desangra. Por eso en estos días de la Bienal de Sevilla es obligatoria la queja. Hoy habrá codazos para salir en la foto del Teatro de la Maestranza, empujones para conseguir entradas de balde, auténticos listos que se detendrán en la puerta a opinar sobre el espectáculo como si fueran los que inventaron el género y que no saben ni lo que son las escobillas de unas cantiñas, críticos de las redes sociales despellejando o encumbrando a artistas cuyos nombres de pila ignoran, seis o siete directores del festival en la barra de cada bar y un manojo de estirados bien repartidos por los alrededores diciendo que no piensan ir porque la programación es una porquería que desprecia al flamenco puro.
El día 3 de octubre por la mañana, cuando todo haya acabado, toda esa novelería desaparecerá hasta dentro de dos años y la nevera jonda seguirá vacía. Quedarán los de siempre. Nos conocemos todos. Y entre nosotros no cabe la buenaventura. Por eso el flamenco es también un retrato de Andalucía. Porque todos se apuntan a la fiesta, pero a recoger no se queda nadie. No soy quién para juzgar porque yo mismo puedo ser cualquiera de esos a los que estoy citando. Y celebro con total sinceridad lo que ha logrado la Bienal. Al menos durante este mes, el arte que nos ha abierto las puertas de todo el mundo tendrá el lugar que se merece aquí. Pero no seré feliz hasta que este Sur que vio nacer el grito inmisericorde de la Niña de los Peines, de Caracol, de Mairena, de Vallejo, de Camarón, de la Fernanda o de la Paquera; el que tuvo el honor de parir a Pastora Imperio, Antonio o Mario Maya y de acunar a Farruco; el que afinó con un clavijero de palo las lágrimas del Niño Ricardo, de Diego del Gastor, de Paco de Lucía o de Manolo Sanlúcar; ese Sur que según Cernuda llora mientras canta se enorgullezca del tesoro que tiene. ¿Cómo va a ser el flamenco patrimonio de la humanidad si ni siquiera lo es de los andaluces? Yo seré feliz el día que el público que vaya a la Bienal haya estudiado en el colegio a Manuel Torre como se estudia a Lorca. Porque el arte crucial, el sublime, se enseña por encima de los gustos. Y porque el flamenco no es cada dos años. Es eterno y además es nuestro.