Alberto García Reyes - LA ALBERCA

De los gamusinos a los Pokemons

No hay cosa más antigua que ir a coger bichos imaginarios. Lo novedoso es dónde ponemos el límite de la estupidez

ALBERTO GARCÍA REYES

DESPUÉS de haberse dejado las neuronas en el empeño de descubrir la teoría de la relatividad, Einstein emitió una sola conclusión alcanzada a fuerza de muchas horas de investigación: «Hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy seguro». La estupidez no tiene límites y es obstinada. Así como la ignorancia se puede arreglar, la imbecilidad es crónica. Y ningún ser de la existencia está tan dotado para la idiotez como el hombre. Lo demuestra el famoso videojuego que tiene ahora a miles de personas en todo el mundo buscando por las calles Pokemons en manada. Si la misma energía se invirtiera en buscar trabajo... Jugar y divertirse son necesidades fisiológicas tan importantes para el desarrollo humano como comer y beber. Pero hacerlo en tropel tiene derivaciones muy preocupantes. Y sustituir la realidad con efectos virtuales es directamente una demostración de estulticia. El jueguecito de los Pokemons viene a demostrar que no siempre el avance tecnológico conlleva una evolución. Es más, aunque pueda sonar paradójico, en muchas ocasiones la revolución digital tiene como consecuencia una involución social. El paradigma de eso es la imagen cada vez más habitual de familias en restaurantes cuyos miembros están mandando mensajes por teléfono sin dirigirse la palabra. Y el colmo de esta pérdida de papeles es que, además, los mensajes se los estén mandando entre ellos.

La historia de la humanidad es prolija en ejemplos de este tipo. No siempre los grandes inventos se han utilizado correctamente. Y muchas veces las posibilidades que ofrece un descubrimiento se han explotado con fines espurios. Es probable que el juego de los Pokemons sea técnicamente una flipada, pero sociológicamente es sonrojante. Sobre todo porque es más antiguo que el hilo negro. De toda la vida de Dios, los andaluces hemos ido a coger gamusinos, bichos imaginarios que tienen más categoría que estos «monstruos de bolsillo» porque no están en ninguna pantallita, sino en nuestra fantasía. Los gamusinos son seres de nuestra fauna que han ido conservando su vigencia de generación en generación y que han servido para justificar ausencias confidenciales desde los tiempos de los romanos. «¿Dónde has estado, fulano?». «He ido a coger gamusinos». Los cientos de sevillanos que el fin de semana pasado pretendían congregarse en la Plaza de España para coger Pokemons son unos infieles que le están faltando el respeto a su tradición. Este juego masivo no sólo es una nueva conquista de la globalización sobre la riqueza de la tradición local, sino que supone otra preocupante señal del proceso de aborregamiento general que padecemos. Cuando millones de personas en todo el mundo salen a la calle a perseguir bichos con la pantalla de su móvil no están cogiendo realmente Pokemons. Ni gamusinos. Están a verlas venir. Cogiendo moscas.

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