Javier Rubio - CARDO MÁXIMO
Esto es España
A la vergüenza de escuchar cómo cerca de media grada pita se le opone el bochorno de casi la otra mitad tarareando
SI el reloj marca media hora pasada la medianoche y los padres llevan en brazos a sus hijos, que lejos de parecer somnolientos por la hora impropia para estar despiertos se animan a corretear felices por el césped donde sus progenitores acaban de competir por el trofeo, mientras decenas de miles de personas en el propio estadio y millones de espectadores a través de la pequeña pantalla del televisor le roban horas al sueño el día antes de arrancar la semana laboral para contemplar un partido de fútbol que podría haberse jugado a lo largo de la tarde del domingo ya que la participación de uno de los equipos contendientes en una final continental impedía su celebración el sábado por la noche como sí se habían disputado en Inglaterra, Alemania o Italia los equivalentes a la final de la competición de Copa del deporte más popular.
Si el partido de fútbol acaba convertido en un aquelarre separatista, con más de media España –incluida una parte de la mitad de Sevilla que es verdiblanca– queriendo que el triunfo se lo adjudique el equipo cuyos hinchas no acuden con símbolos independentistas a las gradas donde se disputa un acontecimiento deportivo que debiera estar desprovisto de cualquier connotación política. Si los dirigentes que gobiernan algunas de sus mayores ciudades y autonomías amenazan con ausentarse del acontecimiento deportivo si se prohíbe la entrada de banderas que no son las oficiales en las que ellos mismos se envuelven con descaro si la ocasión se les presenta, y si al final es un juez el que tiene que venir a resolver la cuestión de si es lícito exhibir determinada insignia que la autoridad gubernativa había proscrito con la ley deportiva en la mano.
Si a la vergüenza de escuchar cómo cerca de media grada pita con descaro e irreverencia mayúscula el himno nacional a la entrada del Rey, jefe del Estado constitucional, en el palco de honor se le opone el bochorno de casi la otra mitad del aforo tarareando en plan chufla la música que no tiene letra porque es imposible que los representantes políticos de la ciudadanía lleguen a ponerse de acuerdo en tres o cuatro estrofas para que los españoles aprendan a cantar desde niños sin que por ello nadie pueda tildarlos de ultranacionalistas ni nostálgicos de la dictadura que acabó hace cuarenta años.
Si los símbolos que son de todos se pisotean sin rubor, si el propietario del estadio con mayor capacidad de la ciudad designada para acoger la final se niega a ceder su cancha para eliminar la posibilidad de que el eterno rival campee en sus instalaciones, si el palco se llena de un público variopinto al que no le interesa lo más mínimo lo que sucede sobre el terreno de juego y si la atención en las redes sociales se desplaza hacia la señora de un dirigente deportivo con cara de aburrimiento y nulo interés por el juego, si todo eso puede suceder en algún sitio sobre la faz de la Tierra… no lo dude: esto es España.