Alberto García Reyes - LA ALBERCA

Este mundo injusto

La edil procesada de Podemos no dimite porque lo que está haciendo es salvar el mundo

ALBERTO GARCÍA REYES

Las iluminaciones divinas son parte intrínseca de la historia de la política. El gran poeta clásico Píndaro ya denunció en sus versos, hace más de dos mil años, el peligro de los sátrapas que van envueltos en la retórica: «Trasgrediendo el relato verdadero, nos engañen por completo...». Que Dios nos guarde de los bienhechores que vienen a arreglar el mundo con su sabiduría suprema. Porque ellos son los que ponen en peligro con sus engaños nuestra libertad. La concejal Cristina Honorato, activista antisistema que representa a los sevillanos en el Ayuntamiento, ocupó hace unos meses una sucursal bancaria en la Campana para protestar por su política hipotecaria, se resistió a salir de allí cuando se lo ordenó la Policía y acabó siendo detenida por las fuerzas de seguridad. Tras ser imputada por delitos de desórdenes y desobediencia, un juez decidió ayer sentarla en el banquillo por estos hechos. Su presunción de inocencia está intacta, que quede bien subrayado esto antes de la siguiente argumentación. Ya se verá si la concejal cometió el delito que se le atribuye. Pero, independientemente de la resolución del caso, Honorato hizo ayer unas declaraciones que son directamente para echarse a temblar. Acusó a la Justicia de «criminalizar los movimientos sociales» y exclamó con tono pegatinero que no tiene la menor intención de dimitir porque «vivimos en un mundo injusto» y su «lucha» es necesaria para salvarlo. Es decir, ella puede saltarse las normas porque su fin es supuestamente paradisíaco. Es una elegida. Un ser celestial. Los demás tenemos que cumplir la ley siempre porque sólo somos el pueblo, una masa imbécil que necesita a estos genios para vivir. Pero ella se la puede saltar porque está iluminada, es una mártir de la justicia social.

Es realmente desolador que después de casi 40 años de democracia se sigan produciendo estas distorsiones tan aberrantes. Parece mentira que haya que seguir explicando que en un estado de derecho las libertades las administra el sistema, no sus representantes, y que la única garantía que existe de que no haya injusticias es el sometimiento a las normas de todos por igual. Cuando se pretende que el fin justifique los medios, se cae en una desviación totalitaria de libro. Y si se quiere presumir de demócrata, es indispensable cumplir incluso las leyes con las que no se está de acuerdo. La manera de luchar contra esas posibles injusticias que alberga el sistema es cambiándolas desde los órganos de gobierno, convenciendo a la mayoría para que apoye esas modificaciones en las urnas y proponiendo nuevas leyes que mejoren las anteriores. Los que quieren coger atajos para arreglar el mundo, o más bien reconvertirlo hacia sus intereses, no están dentro de las reglas del juego. Se arrogan una superioridad para solucionar los problemas de los demás que nadie le ha dado. Se sienten dioses extraordinarios. Sumos benefactores que no tienen que someterse a los designios de la Justicia, que, por supuesto, es intocable cuando acusa a los rivales y está podrida cuando les acusa a ellos. Pero en una cosa sí tiene razón Honorato: este mundo es injusto, sí. Permite que gente como ella sea concejal.

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