Alberto García Reyes

Espadas ya puede aterrizar

Alberto García Reyes

El calendario electoral ha obligado al alcalde de Sevilla a gobernar hasta ahora a vista de pájaro, intentando trazar objetivos de altura, demasiado etéreos, para no pisar terrenos que pudieran perjudicar a su partido. En realidad, todos han jugado la partida desde el pasado mes de mayo con las mismas marcas en sus cartas, pero el foco de atención siempre apunta más a quien tiene la responsabilidad de gobernar. Por eso Juan Espadas ha optado por ascender a la zona despejada de la política y emplear el estilo de los centrales de los equipos que están con lo mínimo: el voleón largo. Su papel, todo hay que decirlo, es muy difícil de interpretar. Gobernar una ciudad del tamaño de Sevilla, incluidas todas sus especiales particularidades, es una aventura para la que se necesita un regimiento bien armado. Y el PSOE se ha visto metido en esa faena con el menor número de concejales de su historia, apenas once, uno para cada 63.000 sevillanos. Matemáticamente, es casi imposible dar abasto. A lo máximo que se puede aspirar en unas circunstancias así es a intentar solucionar los problemas más graves que vayan surgiendo en el funcionamiento cotidiano de los servicios municipales. Pero la servidumbre que Espadas tiene con Participa Sevilla e IU, partidos a los que debe su bastón de mando, le impide centrarse solo en lo que su gobierno quiere hacer. Tiene, también, que atender algunas peticiones que, en la paz sosegada de la oposición y los debates de las asambleas, se les ocurren a sus socios. Dirigir una ciudad con todos esos condicionantes tiene mucho mérito. Y si a eso se le añade la autocensura que imponen las elecciones generales, donde cada movimiento en falso se cuenta por votos perdidos, entonces es literalmente una proeza.

Pero tampoco se puede estar siempre haciendo yoga político, volando por las nubes de los sueños de proyectos fantasmales como la Ciudad de la Justicia o la red completa de metro. Tarde o temprano, hay que aterrizar de las ideas generales a las soluciones particulares. Y a Espadas ya le ha llegado la hora de aterrizar en suelo firme, una tarea para la que, como parece mostrar esta foto, es lógico que sienta algo de vértigo. Quede claro que el efecto óptico exagera mucho la sensación de peligro en el descenso que transmite la imagen. Desde donde está el alcalde hasta la tierra hay apenas un metro. Pero el miedo no tiene su origen en el riesgo de caerse, sino en el de tener que caminar a partir de ahora cada día por los vericuetos de esta ciudad que no lo eligió mayoritariamente y que tampoco ha optado por su partido en los comicios del pasado domingo.

Cualquiera que haya tratado más de diez minutos a Juan Espadas sabe que es un hombre serio y capaz, un político inconformista, a veces incluso iluso en el mejor sentido de la palabra, una persona con muchas cualidades, incluyendo sus defectos, para gestionar el funcionamiento de Sevilla. Es un buen ideólogo y no tiene miedo a volar. Pero ahora tiene por delante su primera prueba seria y de ella dependerá todo el futuro de su imagen como gobernante. Ha de negociar los presupuestos. En las ordenanzas fiscales preelectorales cedió a las pretensiones de sus socios de la extrema izquierda. A partir de ahora hay que elegir mejor a los compañeros de viaje si no quiere estrellarse.

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