Alberto García Reyes - LA ALBERCA
Cadena de favores
El atraso andaluz no está en los pasillos de los hospitales, sino en que sólo están ahí los que no conocen a nadie
UNO de los síntomas del atraso de Andalucía es la naturalidad con la que se practica el nepotismo a todos los niveles. Esta tierra está atascada en una democracia rudimentaria que languidece alrededor de un sistema sin reglas. O, peor aún, sin ningún control sobre el cumplimiento de las reglas. Todos aquí sabemos que no somos iguales ante los servicios públicos porque todo está articulado de forma amiguista. El jefe de Costas que echa la raya justo por delante del chalé ilegal de su cuñado. El rector de la Universidad que levanta el teléfono para que le den la beca a la sobrina de su vecino. El delegado provincial de Educación que da órdenes de ampliar el comedor escolar del centro al que van los hijos de un afiliado del partido. El juez que llama a otro compañero para que mire con cariño una causa que afecta al compadre de su hermano. El concejal que le consigue dos entradas a su madre para el concierto de Raphael cuando ya están agotadas. El director general de Trabajo que le da una subvención sin papeles a uno de su pueblo que conoce de toda la vida y que está pasándolo muy mal la criatura. El director de teatro que reserva un palco siempre por si se presenta un amigo. El funcionario de Hacienda que avisa a su compadre de que le van a hacer una inspección. El policía que le quita una multa a su tío. El presidente de un tribunal de oposiciones que le pasa el examen a los hijos de sus compañeros. O el médico que te cuela en Urgencias porque es vecino de tu urbanización. La lista no tiene fin. Nadie es ajeno a esto, pero existe una omertá que le da carta de naturaleza a estas prácticas de favoritismo. En Andalucía, quien no tiene padrino no se bautiza. Hay dos clases sociales: la de los que tienen acceso a los administradores de los servicios y la de los que no conocen a nadie.
El verdadero escándalo de la sanidad pública andaluza, que la presidenta suele vender como la joya de corona de sus políticas, no es el hacinamiento infrahumano que muchos pacientes sufren en los hospitales a la espera de que alguien les pregunte dónde les duele. Salvo contadísimas excepciones, los médicos se dejan el alma en atender a los enfermos y prestarles su auxilio en las mejores condiciones posibles. Pero tienen que soportar la cruz de unas estadísticas falsas en las que no se reconocen nunca las camas que realmente están cerradas en verano o el número exacto de bajas que dejan sin cubrir en las plantillas de los hospitales. La verdadera infamia andaluza es que jamás veremos en uno de esos pasillos a ningún político, familiar o afecto porque el dispositivo de despotismo implantado durante décadas lo impide. Esa es la medida exacta, por tanto, de nuestro atraso: que no está en la habitación mejor dotada quien más lo necesita, sino quien más influencia tiene. Que no pagamos multas por infringir una norma, sino porque no conocemos a nadie que nos la quite. Que puede que no baste con estudiar para ganar unas oposiciones porque a lo mejor hay cinco enchufados que te dejan fuera. Y que probablemente a estas alturas del artículo usted ha asentido ya varias veces.