A la vuelta
El mar seguirá bajando y subiendo dos veces al día aunque ya no estemos allí
Toca recoger el manojo de cartas del buzón, los avisos del banco con las facturas que se quedaron por pagar, las notificaciones que el verano todavía no ha prescrito, las ofertas del gimnasio y de la academia de idiomas para este otoño, todo amontonado en ... un revoltijo de papeles con vocación de estratos arqueológicos. Toca girar la llave, encender las luces, abrir las ventanas, correr las cortinas, subir las persianas, girar los grifos y todas esas acciones domésticas que están en nuestra mano. Salir a la calle. Contar uno a uno los coches abandonados, polvorientos y sucios. El comercio de la esquina se ha tomado vacaciones perpetuas y la taberna del mosto peleón se ha convertido en este tiempo en un gastrobar con ínfulas en el que, de momento, no entra nadie. La ciudad recobra el pulso estos días finales de agosto con veraneantes que dejan atrás su vacación, su ocio, su descanso…La naturaleza, por contra, no descansa. Una de las más angustiosas experiencias del paso del tiempo la proporciona la contemplación de una catarata con su fragor de agua despeñada, borbotones de espuma precipitándose al vacío desde lo alto sin interrupción. Las luces, las ventanas, las persianas, los grifos, los mandos de los electrodomésticos o el contacto de las máquinas los podemos activar o desactivar a voluntad. La enorme cadena de producción de la gran ciudad vuelve a entrar en funcionamiento a tope. Pero millones de litros por segundo van a seguir cayendo por el salto de agua cuando nos hayamos dado la vuelta, cuando estemos montados en el avión rumbo a Sevilla, mientras durmamos al fin en casa. Y no habrá nada que pueda detenerlo. Las bandadas de pájaros seguirán volando en dirección al oeste, el sol seguirá incendiando las nubes altas con tornasoles azafranados, el viento seguirá ululando entre las barbas de las palmeras y el mar seguirá subiendo y bajando dos veces al día aunque nosotros no estemos allí para contemplarlo. Todo eso sucederá sin necesidad de testigos, sin que nadie tenga que prender ninguna mecha, pulsar ningún interruptor, girar ninguna llave. Toca volver, pero la creación no sabe de meses libres ni se toma permisos, sino que prosigue empecinada en hacernos comprender el paso del tiempo. A la vuelta, echaré de menos a dos viejos periodistas, que no dos periodistas viejos. Pepe Castro -mi primer redactor jefe, eso siempre marca- y Sebastián García -un tipo honesto, esa categoría tan difícil de encontrar en esta profesión- ya no volverán. Nuestras vidas son como esos castillos de arena que los chiquillos levantan por doquier en la playa y que creen a salvo de la embestida de las olas hasta que la marea sube y los desmorona poco a poco. Después de todo, las olas seguirán besando la orilla cuando nos hayamos dado la vuelta. Así debe ser.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete