VIEJO BODEGÓN

El campo prepara su viejo bodegón de otoño. Hagámosle sitio en el aire para colgarlo

Antonio García Barbeito

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Nunca le pagaremos al campo tanto como nos da, como nos ofrece, como nos entrega con sus generosas manos. Tú lo sabes, y por eso, hablándole al oído de sus hojas al árbol, dijiste: «Otra vez más que subí / a darte el alma, mi olivo. / Y otra vez más que recibo / más de lo que yo te di. / Viviré cerca de ti / lo que me queda de historia. / Si no me alcanza la gloria / para poderte pagar, / que me empeñe tu olivar / el resto de mi memoria.» Nunca estaremos en paz en las cuentas de trabajo y cosechas, porque el campo da sin pedir nada a cambio, y a veces se vacía las manos por socorrernos y, aun sin dejar de socorrernos, por llenarnos de belleza.

El campo es un pintor de trazo lento pero seguro. No pinta por pintar; no malgasta colores, apenas corrige, si no lo exige la necesidad de una sequía o de un temporal. Es un pintor tenebrista, si la luz que lo rodea exige tenebrismo, tanto como es un pintor de suavísimas transparencias si se imponen transparencias. Nadie usa una paleta como el campo, nadie moja el pincel en el color justo, o los mezcla para que aparezca el color deseado, hermosa unión de suavidades o de tonos bravos. Ni azules como los suyos, ni rojos como los suyos, ni tonos pastel como los que se inventa cuando no tiene a mano los colores vivos que tanto llaman la atención. La mano pajiza del campo pinta ahora lo que pinta, lo que vemos. Moja el pincel en los tonos suaves a que invita la segada caña del trigo, la yerba seca, el descanso de la Creación. Pero no descuida la otra mano, la que va pintando lo que empieza a nacer, lo que está naciendo, aunque no lo veamos todavía, y que la mano otoñal del campo ya esboza en el lienzo de su fantasía estacional. El viejo bodegón va tomando forma en los dibujos previos, cuasi imperceptibles, y cuando, distraídos de cuanto pasa en el campo, lo veamos con todos sus elementos unidos, nos sorprenderá y admiraremos lo que no sabemos de dónde ha salido. Nadie ve los racimos, y están ahí, durmiendo aún en su colgado sueño. Nadie ve, cuando pasa junto al olivo, los ramos de frutos que, como niñas traviesas, juegan en las ramas cargadas. Nadie ve cómo engordan las calabazas entre la lencería de sus enormes hojas. Nadie ve cómo amarillean albérchigos y gamboas, ni cómo toman color las azufaifas, ni cómo entre esos frutos buscan sitio hojas doradas y zarcillos, espigas de avena loca y el coronado reino de las granadas. Tienen sitio los melones que endurecen su cáscara y enternecen su carne. Y, como un sol metálico, el hondo cobre de un caldero. El campo prepara su viejo bodegón de otoño. Hagámosle sitio en el aire para colgarlo.

ANTONIO GARCÍA BARBEITO

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación