Antonio Burgos

Valderrama en rama

Me río de todos los que entonces lo negaban porque decían que adulteraba el cante y ahora lo exaltan

ANTONIO BURGOS

LUEGO habrían de venir los reconocimientos, los homenajes, las medallas, el Festival de la Unión o la plaza de Las Ventas con todos allí, de Serrat a Lola Flores. Pero aún eran los años en que estaba proscrito por los pontífices de la pureza del cante. Le negaban el pan y la sal a Juanito Valderrama, dominador de todos los palos flamencos. ¿Por qué? Porque no había rendido tributo de vasallaje ante Antonio Mairena y en el flamenco no reconocía más magisterio que el de otro Antonio: don Antonio Chacón, cuyos ecos se escuchaban todavía por los reservados de Villa Rosa cuando llegó a Madrid a ganarse la vida como jornalero del cante, en el que terminó siendo dueño del cortijo de los grandes públicos de su España querida, que tan dentro del alma llevaba metida, emigrante en su propia tierra por su modo de entender el arte.

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