PUNTADAS SIN HILO

Toda la clase castigada

Los políticos no pueden anunciar una restricción de libertades como la panacea que soluciona definitivamente los problemas

El delegado Antonio Muñoz, en la presentación de las obras en la glorieta Bécquer RAÚL DOBLADO
Manuel Contreras

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Hay inauguraciones que producen tristeza. Los políticos se apuntan a todas, en el convencimiento de que inaugurar es plasmar un logro, pero hay algunas que deberían realizarse a escondidas, casi clandestinamente, porque generan más vergüenza que satisfacción. La ceremonia que tuvo lugar anteayer en la glorieta de Bécquer es una de estas celebraciones lamentables. Acudieron dos concejales del equipo de gobierno municipal y se convocó a los medios con la solemnidad de las grandes ocasiones a pesar de que allí había poco que celebrar; más bien se trataba de constatar un fracaso crónico. Los responsables del Ayuntamiento acudieron ufanos a inaugurar la restauración del conjunto escultórico que evoca al poeta, salvajemente mutilado por los vándalos. En realidad se trata de una rerestauración, ya que en 2016 ya se habían acometido trabajos similares. Quizás para proyectar un mensaje positivo en una rehabilitación vergonzante para la ciudad, anunciaron que tenían la solución para terminar con el problema de las agresiones a este bucólico enclave: cerrarlo al público a partir de las ocho de la tarde. Para ello la glorieta de Bécquer está dotada de una verja perimetral, a pesar de que se encuentra dentro de un parque, el de María Luisa, que también está a su vez vallado. Doble perímetro de seguridad y, además, cierre temprano al público para terminar con el vandalismo. Los sevillanos que no rompemos estatuas, que digo yo que seremos mayoría, nos sentimos como cuando en el colegio castigaban a toda la clase porque alguno había hecho una trastada y los profesores eran incapaces de identificar y reprender al culpable.

También anteayer las autoridades comparecieron, en este caso al más alto nivel, para destacar que se había vencido a los alborotadores de la Madrugada. La herramienta clave ha sido cerrar los bares a una hora temprana, lo que reduce radicalmente el número de incidencias. Como en el caso de la glorieta de Bécquer, la solución al problema apunta en la misma dirección, a la restricción de la libertad de todos los ciudadanos, incluyendo el derecho de los hosteleros a vender y el de los clientes a consumir.

Es probable que la única medida a corto plazo para frenar el vandalismo en la glorieta de Bécquer y las carreritas en la Madrugada sea esta bochornosa limitación de libertad, pero los políticos no deben anunciarlo como una panacea ni pueden considerar que se ha solucionado el problema. Una patología de rodilla no se cura cortando la pierna. El verdadero mal de Sevilla es el incivismo, y eso no se solventa castigando a la clase, sino educando a los salvajes. Es decir, poniendo multas, impidiendo botellonas, haciendo campañas en los colegios, obligando a los agresores a reponer el daño causado. Actuando contra los culpables, no contra los que tenemos la desgracia de compartir la ciudad con ellos.

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