LA ALBERCA
La titulitis
Como se tire del hilo de los títulos académicos de muchos políticos la vamos a liar de verdad
En España se ha implantado el mal de la titulitis. Cuando un joven afronta una entrevista de trabajo, lo primero que se le pide es la ristra de titulaciones que ha logrado: la carrera, el doctorado, los másteres, el C2 de inglés, el B1 de alemán... El conocimiento se ha convertido en un género cuantitativo, no cualitativo, de manera que basta con incluir en tu currículum un diploma más que tu competidor, el que sea, para llevarte el puesto que se oferta. Se han ido al garete valores como la intuición para los economistas, el ojo clínico para los médicos, el sentido común jurídico para jueces y abogados, la lógica para los científicos, el olfato para los investigadores o la anticipación para los empresarios. Todo se pondera según el número de orlas en las que aparezcas. Un buen amigo suele definir esta situación con una comparación muy certera: prefiero alguien que dice cosas muy importantes en un solo idioma a alguien que no tiene nada qué decir, pero puede decirlo en cinco lenguas distintas. Esa es la diferencia entre un océano de dos dedos de profundidad y un pozo. Pero no corren los mejores tiempos para intentar siquiera discutir sobre este asunto. O tienes títulos a punta de pala, o no puedes competir.
Esta situación ha generado también mucha picaresca. O al menos mucha laxitud en la concesión de credenciales académicas. Y los políticos, que hoy en día son casi exclusivamente un producto mercadotécnico basado en las apariencias, han caído también en la trampa. Lo de Cifuentes es una vergüenza inadmisible que ensucia no sólo su imagen, sino la de la propia Universidad que le dio el máster, donde hay miles de jóvenes partiéndose los cuernos para conseguir titulaciones que luego sólo les sirven para irse a trabajar al extranjero en condiciones paupérrimas. Pero cualquiera que esté mínimamente orientado en este asunto sabe que el caso de la presidenta de la Comunidad de Madrid es sólo la punta del iceberg. Yo conozco a varios políticos andaluces que terminaron sus estudios mientras ocupaban cargos públicos de responsabilidad. Ni siquiera llegaron a la función pública con los deberes hechos, sino que se dedicaron profesionalmente desde su más tierna infancia a la fontanería partidista. Y después de colonizar las instituciones, aprobaron sus carreras sin ir a clase. También hay casos de infladores de currículos e incluso de expertos en la consecución de niveles académicos a la remanguillé. Basta, por ejemplo, con ver cómo habla inglés Pablo Iglesias para concluir que si verdaderamente tiene el C2, como indica en su biografía, se lo dio un profesor muy generoso. Para hasta ahí nos ha llevado el virus de la titulitis. Y como se tire de ese hilo nos vamos a encontrar con grandes sorpresas. Por eso quizás hay tantos silencios entre miembros de otros partidos con el escándalo de Cifuentes. Eso es consecuencia de la teoría carpetovetónica de los péndulos: hemos pasado de defender que la política no es una meritocracia y cualquier español tiene derecho a ejercerla, aunque sea analfabeto, a falsificar títulos universitarios para impostar una formación que no se tiene. Porque en España todo vale menos ir de verdad.