Tierra de Távora
Su entierro parecía uno de sus montajes, pero ya se sabe que la vida no es como el teatro: aquí se muere de verdad
El quejío es el presagio templado de la muerte. El quejío es la catarsis que nos permite un instante de alivio, el repeluco que nos libera momentáneamente de la angustia con la que nacemos. El quejío tiene la forma sin forma de ese escalofrío que ... nos eriza las entrañas y nos convoca al desorden de las vísceras. Nace de repente, cuando un cantaor se queda colgado del asta de una seguiriya, o cuando un torero siente el fuego lorquiano de la herida en el muslo que cambia la miel de la belleza por la sangre de la derrota presentida.
Quejío es la palabra que define a la Andalucía jonda y amarga que ha perdido un trocito, un pellizco de cornetas que sonaron en su despedida y de tambores que redoblaron el silencio que dejó su memoria, aún caliente, a su paso. Los elementos del teatro que manejaba como nadie se citaron en una plaza bajo el sol del mediodía. Su entierro parecía uno de sus montajes, pero ya se sabe que la vida no es como el teatro: aquí se muere de verdad. Como murió su maestro en una plaza de toros antes de que se cortara la coleta de sobresaliente para siempre.
Quien canta, sus males espanta. Eso dice el ripio. Pero los males se quedan en la pena que no se llora, como bien cantaba el Carbonerillo, uno de los mejores filósofos que ha dado el siglo XX andaluz. Esa pena escondida en los pliegues de los rincones por los que lloraba Manuel Torre era la materia prima de las obras que Salvador Távora sacaba de una hormigonera. Távora no era arquitecto. Era un albañil, un alarife que cortaba los ladrillos de la sabiduría popular a golpe de escena. Cuerda seca. Barro cocido al sol de las fatigas. Todo verdadero.
Al otro lado, esta Andalucía que ha salido de uno de esos periodos que siempre duran cuarenta años. Una Andalucía sometida a los nuevos señoritos que cambió el saber popular de Demófilo por la banalidad de Canal Sur. ¿No queríamos ser autónomos y libres para mostrar nuestra cultura al mundo? A la vista está el fracaso colectivo de esta Andalucía donde lo peor de cada casa ha aparecido en el escaparate del mayor instrumento de difusión cultural que hemos tenido a lo largo de nuestra larga historia. La palabra fracaso se queda corta. Y el concepto se hace enorme cuando se compara lo que sale por la pantalla con las creaciones que dejó sobre los escenarios el artista que se fue.
Esa Andalucía honda y jonda es la que tenemos que recuperar como sea. Esas hormigoneras, esas máquinas que fundían el peso del trabajo con la estética de la vanguardia en una ecuación difícilmente igualable. Távora tenía su universo propio, y ahí cabían los caballos y los versos, los bailaores y las bacantes, la tragedia y el lamento. Todo era demasiado profundo para esta Andalucía del populismo blandiblú revestido con la rosa sin espinas de un partido que está hundiéndose como un Titanic a la deriva. No estaría mal que alguien cogiera el testigo y retratara a esa Andalucía que nos han dejado en herencia los que se han tirado 40 años al frente de su bafcganalización. Sería el mejor homenaje a un hombre que dio su vida, literalmente, por la tierra que lo acoge en su seno.
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