TRAMPANTOJOS
En tierra hostil
Un breve viaje sirve para descubrir la inquietante atmósfera que existe hoy en Cataluña
No hace mucho estuve en Cataluña hablando de las mujeres que formaron parte de la Generación del 27. Fue una invitación de la Casa de Andalucía de Manresa que al cumplir cuarenta años de historia quería demostrar la riqueza cultural del Sur en un territorio que sigue creyendo que el Mediodía español es una tierra salvaje y folclórica.
Fue emocionante reivindicar a las malagueñas María Zambrano o Isabel Oyarzábal en una de las capitales del independentismo, delante de políticos del Ayuntamiento de Manresa que, más que por gusto, asistían por cuestiones de protocolo institucional. Fueron corteses y fríamente educados. Y alguno incluso se disculpó de su mal castellano porque era catalanoparlante. Un concejal de Esquerra Republicana me hizo el regalo oficial de una botella de vino de la denominación de origen Pla de Bages contándome las vicisitudes de ese vino que se perdió en el siglo XIX con la filoxera, con ese extraño egocentrismo que tienen algunos catalanes para hablar de su historia, pensando que aquella plaga maldita que acabó con las viñas sólo ocurrió en la siempre oprimida Cataluña.
El regalo institucional se completó con folletos turísticos sobre la historia de Manresa en los que era difícil encontrar explicaciones en castellano, otro rasgo de un chovinismo que inexplicablemente rechaza la universalidad de la segunda lengua más importante del mundo.
Cualquiera hubiera renunciado al cargamento para viajar ligera de equipaje en la siempre incómoda travesía aérea, pero mi curiosidad histórica me hizo llevarme en la maleta los folletos que mostraban una Manresa fabulosa en casi todas las épocas históricas. Según el relato, con grandes tintes de ficción, las instituciones medievales eran la raíz del Estado catalán. Pensé en la carcajada de ciertos admirados medievalistas ante la ocurrencia. Lo triste es que ése es el discurso que se ha estudiado en las escuelas y que la gente cree a ciencia cierta.
Sin embargo, más allá de cierta compasión por los delirios y la miopía histórica, me llevé una incómoda sensación de este viaje a la Cataluña irredenta al confirmar la soberbia con la que se sigue tratando a los andaluces. A pesar de estar afincados en Manresa y ser el lugar en el que nacieron sus hijos, se sienten rechazados. Ya están cansados de defenderse de los tópicos en los que ciertos catalanes basan la idiosincrasia andaluza:la pereza y la juerga continua. En la Casa de Andalucía se habló de literatura y de ciencia, pero da igual, los estereotipos siguen enraizados y más sólidos que nunca. Como si, a pesar de residir allí desde hace décadas, vivieran de prestado en una tierra hostil.