LA FERIA DE LAS VANIDADES
El tiempo entre paréntesis
Todo será como siempre fue. Empezando por nosotros, que estamos hartos de ser otro
Esta noche, en la profundidad dormida de la madrugada, se han adelantado los relojes y se ha remansado el tiempo. Las horas que vivimos van más allá de los dígitos de un reloj o del doloroso hoyo de las agujas donde se consume, como un adagio barroco, la vida. A partir de esta mañana de palmas y de luz que se cuela por las rendijas de la memoria, el tiempo volverá a ser lo que siempre fue: una oportunidad para gozar del alma y de los sentidos, de la presencia y también de las ausencias. El tiempo recobrará su sentido y nos devolverá a la Arcadia, a ese lento paraíso de la infancia recuperada gracias a los olores que perfuman el aire, a los sabores que se incrustan en el recuerdo que llevan consigo las papilas gustativas.
Volveremos a ser lo que un día fuimos. Para eso basta con abrir el paréntesis curvo como el espacio que nos rodea. Dejemos la neurosis de los despertadores y los horarios, del timbre de entrada y la sirena de salida. Dejemos las cuadrículas y el anonimato, porque durante esta Semana Santa cada uno será el que es: el que vibra con una determinada imagen que lo lleva hasta el umbral donde suena el silencio de Dios. Cada uno buscará a su madre en la Madre que tiene unos ojos concretos, una mejilla de madera y rosa, unas lágrimas que se han congelado en el calor del amor que nunca se pierde.
El tiempo volverá a ser lo que siempre fue. Las tardes infinitas de merienda y juegos en unos jardines que tal vez ya no existan. Las noches que se entregan a esa luna que lleva en su luz de plata vieja todos los secretos que el hombre le ha entregado desde que es hombre, desde que la mujer es mujer enamorada de ese destello donde habita ese sentimiento que va mucho más allá del deseo y que traspasa, como una saeta herida, el corazón. Las mañanas se vestirán de un azul siempre nuevo, los mediodías brillarán con el sol neobarroco y tallado. Todo será como siempre fue. Empezando por nosotros, que estamos hartos de ser otro: el que trabaja, el que paga, el que vota, el que sufre el desprecio del poder, el que mantiene el tinglado para que otros vivan a costa de nuestro esfuerzo.
Hoy nos quitaremos los relojes cuadriculados y los anteojos que reducen la maravilla de la vida a unas cuantas obligaciones diarias. Hoy viviremos dentro de este paréntesis como un útero, como un breve paraíso, como una pacífica rebelión que nos libera de las tenazas donde los sistemas nos presionan con sus normas y preceptos. Hoy es el día de la vida y de las flores, de la cera que arde como ardemos nosotros en el fuego atemperado de la emoción, de los callejones sin salida de los que se sale siempre por la parte del cielo, esa azotea donde vive Dios. Hoy es el día de los que no tenemos otra cosa que este día: los ilusos, los románticos, los poetas de la mirada que se posa en un perfil, en unas manos florecidas, en una dulzura o en un amargor, en una mirada rota por el llanto o por el amor que todo lo puede. Y cuando el domingo que viene se cierre el paréntesis, que el espejo no pueda echarnos en cara lo más cruel que podría pasarnos: que nadie pueda decirnos que no hemos vivido.