Alberto García Reyes - LA ALBERCA

El tiempo de Arenas

ALBERTO GARCÍA REYES

ANDALUCÍA es atávicamente socialista. Tiene genética y aspiración obrera. Ni siquiera discute los postulados de la izquierda porque, para la mayoría de los andaluces, no suponen una idea, sino un sentimiento. Ésta es quizás la principal razón de su anquilosamiento. La ausencia de conciencia crítica, de una masa social lo suficientemente amplia que fiscalice con la razón lo que no controla el corazón. Por eso ésta es una tierra en la que los índices de la felicidad suelen ser poco exigentes. Y todo baila alrededor de un falso bienestar que siempre es más climatológico que económico. Hay un poema de Caballero Bonald que me encaja con un escalofrío en esta inconformista visión de mi cuna: «Hombres e ideas tenebrosamente instalados en la mitología, textos que suplantaron con abyecta máscara el rostro de la historia, allí se conjuraban para hacerte cómplice de la maquinación contra el fantasma que recorrió tu juventud hasta que el tiempo fue reconstruido». La gran hazaña de Andalucía consistirá siempre en reconstruir su tiempo. En superar la maquinación contra el fantasma.

Cuando Javier Arenas se hizo la foto en la que el limpiabotas del Palace le daba betún a sus zapatos, entendió para los restos que los estereotipos de la derecha se pagan aquí mucho más caros que en ningún otro lugar. Su principal freno para instalarse en San Telmo no era ideológico, sino antropológico. El eco del señorito andaluz le acechó siempre, sobre todo porque desde el flanco socialista esa propaganda ha tenido detrás a sus mejores profesionales. Pero con el tiempo ha ido reconstruyendo esa creencia —con la doctrina no ha podido— hasta situar al PP en un espacio mucho menos hostil del que sufría cuando él llegó. Ese trabajo duro y ácido de desamarrar viejos nudos nunca será suficientemente reconocido, no ya por los suyos, sino por todos, pues la lucha contra los arquetipos es siempre una proeza que produce beneficios generales, no particulares. Sin embargo, ese éxito de Arenas ha tenido muchas hipotecas. Y la más cara, sin duda, ha sido la interna. Porque para rebajar la animadversión del electorado a sus siglas —ni siquiera a sus postulados— necesitó montar estructuras de partido que con los años se han enquistado: pequeños grupos incluso familiares que durante tres décadas han dominado sus pequeños reinos de taifas para vivir de los beneficios de una plácida oposición. Éste era, por tanto, el momento de cambiar. Para un político voraz, en el mejor sentido de la expresión, la retirada siempre es una derrota. Pero pronto él mismo entenderá que, si de verdad su sueño consistía en ser una alternativa con posibilidades reales en Andalucía, lo mejor era apartarse ya y detener el tiovivo en el que, como proclamaba ufano alguno de sus escuderos, se había convertido el PP andaluz: unas veces vas en el caballo, otras en la calabaza y otras de cobrador, pero arriba siempre los mismos. Saber bajarse es mucho más enriquecedor que quedarse arriba. Porque sólo cuando desciendes a la tierra, sobre todo a esta tierra de tradiciones inquebrantables, puedes aspirar a que el tiempo te reconstruya.

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