LA TRIBU

Tiempo mío

Cuánta razón tienes cuando exclamas con Antonio Murciano: «¡No hay más tiempo que el mío!»

El paso del tiempo ABC
Antonio García Barbeito

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Sé que no lo has leído, como no has leído tantos como levantan, con versos o frases, la mágica carpa bajo la que se mueve tu pasión. Sé que no lo has leído, que nunca fuiste más allá de unos ripios declamados —es un decir— a voces, como si más que a un tiempo de convivencia fueran campanas de la voz tocando a rebato. Sé que no lo has leído, porque lo tuyo en esto no es leer, lo tuyo es escribir sin que escribas; si acaso, leer con los ojos lo que para ti y otros como tú está escrito en el ninguna parte de todos los sitios que conoces como nadie. Sé que no lo has leído, pero ponte estos versos como ropa que vista tu impaciencia, tu deseo, tu pasión: «No deis cuerda al cronómetro / ni auscultéis mis latidos. / No decidme del tiempo. / ¡No hay más tiempo que el mío!» No, no conocías estos versos, aunque los escribiera un poeta que fue pregonero de la Semana Santa de tu ciudad, el elegante, cercano, cariñoso y fraterno Antonio Murciano. Qué bien lo dijo por ti, para ti: «¡No hay más tiempo que el mío!»

Tú no quieres que nadie le dé cuerda al cronómetro, ni quieres que te ausculten los latidos, porque nadie sabe hasta dónde hay que apretar la espiral ni con qué cuentas contar el sonido del manantial de tu pulso. Como en los días de la semana única cuando vas a encontrarte con tu barrio, con los colores de tu debilidad, con la gente que conoces aunque no sepas ni cómo se llama ni a qué se dedica; como en los días en los que, sin consultar hora ni amigo, vuelves a ponerte en el mismo sitio, como ave migratoria que no tiene que preguntar si es o no su nido; como quien sin consultar luz se sienta, se pone de pie, se echa sobre una baranda o se mete en una bulla donde tiene un sitio, el suyo, aunque nadie crea posible eso; así haces siempre con el tiempo, que lo recoges en esa frase que no dices y que está ahí, a la orilla de tu boca, eternamente diciéndose: «¡No hay más tiempo que el mío!» Sí, es cierto, no hay más tiempo que el tuyo. Como, sin que lo sepas, no hay más tiempo que el de otros muchos miles que van por el mismo reloj y tienen su tiempo. El día es una gran esfera echada, bocarriba, un campo de luz y de olores lleno de miles de minifundios, y cada minifundista es dueño de su tiempo, como en la tierra es dueño de su trigo, su algodón, su cebada o su maíz. Ni tocas lo de nadie ni lo de nadie quieres; lo tuyo, sólo lo tuyo. ¿Son minifundios iguales? ¡No! Ni siquiera cuando coinciden que las lindes son de tierras sembradas de lo mismo. Por eso, cuánta razón tienes cuando exclamas con Antonio Murciano: «¡No hay más tiempo que el mío!» Porque, en verdad, no lo hay.

antoniogbarbeito@gmail.com

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