Terapia de apoyo
Por robarnos la historia nos han robado hasta la estirpe hispana de los emperadores béticos
Hace unas semanas, en Santander, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, impartía unos cursos la mar de oportunos, en los que la novela histórica salía al rescate de nuestro prestigio nacional, tan manchado y despreciado por el relato foráneo. En esos cursos o seminarios estuvieron presentes escritores como Santiago Posteguillo, Juan Eslava Galán, Javier Sierra, Juan Calvo Poyato y el antropólogo Juan Luis Arsuaga. Se trataba de llegar, mediante la reflexión y el conocimiento, a un lugar de encuentro donde nos pudiéramos desembarazar del gran complejo de inferioridad intelectual que nos asola desde la Reforma a nuestros días. Se da la chocante paradoja de que nuestra historia ha sido contada por historiadores foráneos, la mayoría de las veces con torcidas intenciones, manipulando los hechos en el mejor de los casos y, en el peor, omitiéndolos como si nunca hubiesen sucedido. Pero como fueron escritos por intelectuales extranjeros debieron ser ciertos. Ya que, al parecer, somos tan mentirosos y despreciables como muchos de esos escritores nos inventaron. A ese complejo de inferioridad intelectual casi nunca contestó la crema del pensamiento nacional. Ni antes ni ahora. Y es posible que en muchos casos hayamos vivido engañados por otros cuando la historia era la nuestra y nos la robaron delante de nuestros bigotes. Somos así de espabilados.
Son, pues, la mar de saludables seminarios como el que la Menéndez de Santander ha desarrollado para intentar rescatar nuestra memoria de la pringue y la sarna con la que la contaminaron, principalmente, los forjadores de la leyenda negra. Es posible que desde entonces, gracias a la capacidad propagandística de los enemigos de España, surgiera en la mentalidad colectiva de esta gran nación la idea de que éramos tan malos y demonios como ellos nos pintaban. Allá donde tocábamos, las cosas se convertían en sangre y fuego. Ya fuera en los Países Bajos, en la América hispana o en nuestra propia nación, donde, al parecer, éramos tan intolerantes y esclavos de los dogmas religiosos como nadie antes en la historia. Ellos, los escritores y forjadores de esa imagen distorsionada de España, vivían en arcadias felices, librepensadoras y religiosamente tolerantes. Bien se lo podrían preguntar a los embarcados en el Mayflower…
Tenemos una historia rociada por el vinagre de aquellos propagandistas a sueldo. Y literalmente secuestrada por sus mentes universitarias más rimbombantes. Baste este ejemplo que, hace unos días, comentaba con el catedrático Genaro Chic. Por robarnos la historia nos han birlado incluso la ascendencia de los dos emperadores más grandes que tuvo Roma, nacidos en Itálica y de ascendencia hispana. Para la historia clásica, la que se divulga en manuales, libros y artículos sobre el tema, tanto Trajano como Adriano pertenecen a la dinastía de los Antoninos, cuando Antonino fue emperador tras la muerte de los dos prestigiosos provinciales béticos. Siendo rigurosos y no cayendo en la cleptomanía historicista, ambos emperadores italicenses dieron paso a una dinastía claramente hispana y con profundas raíces béticas. ¿Lo han leído así en algún sitio? ¿Algún especialista inglés o alemán lo ha revelado? Que yo sepa, tan solo contados historiadores andaluces han puesto sobre la mesa de las reclamaciones intelectuales este hecho: no es la dinastía provincial que inaugura Trajano un trasunto de los Antoninos, sino una estirpe de los Ulpios y los Aelios, que son más de aquí que las gambas al ajillo. Ejemplos como este y con más carga que esta, los hay así. Por eso es bueno que nos desprendamos de ese complejo de inferioridad intelectual y nos hagamos dueños de nuestra historia. Para escribirla y explicarla sin complejos fomentados desde fuera.