LA TRIBU
La tarde rara
La tarde será rara, porque siempre habrá una campanada que trate de enmendarle la plana a la luz
Será como pasear por otro día, como despertar en un día de otra estación, como haberse equivocado de espacio. Todo eso, si miramos el reloj, si somos obedientes —absoluta obediencia— con ese animal de muñeca, de pared, de mesilla. Todo será cosa del reloj; la luz será la misma, minuto más, minuto menos, y será lo mismo todo. Lo raro estará en ese decir «las cinco, que son las cuatro de ayer…», y así, hasta que el reloj vaya acostumbrándonos, hasta que el día a día vaya lijando las dos veras, la de la verdad de la luz y la ocasional de los relojes, y demos por hermanas horas y luces.
Mi querido Fran López de Paz, siempre que el Domingo de Ramos coincide con el cambio horario en los relojes, me recuerda una décima que escribí para él y por nuestra Estrella: «Tiene la tarde una hora / más que la tarde de ayer, / la pidió el atardecer / para estar Contigo ahora. / Por Ti, la luz que se dora / va a verte donde Tú estás. / Por la noche, aires de estrenos / van con su hora de menos / y con su Estrella de más…» Juego de versos entre la luz y las manillas del reloj, con tal de tratar de explicarse lo que ocurre esta tarde en la que Ella se lleva, de frente o de perfil, la luz que, si no lo impiden las nubes o la lluvia, es una hermosa luz de estreno sin parangón en la Semana Santa; luz tocada de palmas y varetas de olivo; luz de hosannas; luz que siempre nos parecerá de Jerusalén, alumbre donde alumbre. La tarde será rara, porque raro será el amanecer, raro será el sueño, rara la claridad que se acerque como una indiscreción tempranera por las rendijas de la casa. La tarde será rara. Las luces y los relojes serán un duelo disputándose sitios de días anteriores, y a ti se te vendrá otra luz, la necesidad de una luz que se imponga. Una luz que nació cuando en ti empezaron nacer los asombros eternos: «La luz —el azahar de Dios— se vino / de pronto por las tapias, gateando, / y se quedó en la rosa, terminando / de pintar los detalles del divino / esplendor de la flor, y con qué tino. / Una luz que se vino tan callando, / que nadie adivinó cómo ni cuándo / escribió la mañana en femenino… / Se fue dorando luego, al mediodía, / cuando en sus transparencias ya tenía / los últimos milagros del pincel. / Y se metió después —¿por qué rendijas?— / entre dorados panes de torrijas. / Y, espesa al derramarse, se hizo miel.» Pero, a pesar de todo, la tarde será rara, porque siempre habrá una campanada que trate de enmendarle la plana a la luz, alguien que diga que no son las seis, como crees, sino las siete. La tarde será rara, y por esa rareza, inevitablemente, tú también te sentirás raro.