Manuel Contreras - Puntadas sin hilo
El sueño de Ícaro
«Detrás de eso está Portillo», decía en un susurro cómplice cualquiera que quería aparentar tener información reservada
Fue una tarde de marzo de 2003 cuando Joaquín Rivero y Luis Portillo estrecharon sus manos en el despacho del primero en Madrid. El saludo rubricaba el acuerdo por el que el empresario de Dos Hermanas entraba en el capital de Metrovacesa, frustrando la ofensiva lanzada por el grupo italiano Caltagirone para hacerse con la empresa. Aquella operación fue el pórtico por el que Luis Portillo accedió al olimpo de los dioses del pelotazo y pasó a engrosar la selecta nómina de triunfadores de una España en la que la palabra éxito sólo tenía una acepción: capacidad para hacerse multimillonario.
Comenzó entonces la leyenda de Luis Portillo, el único sevillano que ha figurado en la lista Forbes. A diferencia de otras fortunas de la época, el empresario nazareno cultivó una discreción que no hizo más que fomentar la expectación por su figura y alimentar rumores de toda índole. Se apuntaba, sin demasiadas referencias, que su infancia había sido muy humilde y que abandonó sus estudios de bachillerato para trabajar con su padre, un maestro albañil propietario de una pequeña subcontrata con 10 empleados. Se decía que aquel modesto aprendiz de albañilería había terminado recibiendo en su despacho a Emilio Botín o Esther Koplowitz. Que tenía un Lamborghini traído desde Italia porque el modelo que quería no era posible encontrarlo en España. Que poseía un avión privado en el que iba con frecuencia a reuniones en París para regresar después. Que en su despacho destacaba una pantalla de cuarenta pulgadas en la que permanentemente aparecían diversas cotizaciones de Bolsa.
Se le asignaban secretas influencias políticas, se le vinculaba con operaciones de toda índole, desde asuntos inmobiliarios a compras de clubes de fútbol. La frase «detrás de eso está Luis Portillo», pronunciada en un susurro cómplice, se convirtió en un recurrente aforismo para cualquiera que quería aparentar tener información reservada. Su aparición en el club Antares para presentar al alcalde Monteseirín, en 2007, causó una expectación sin precedentes y alimentó diversas teorías disparatadas.
La casualidad ha querido que en solo unas horas se haya conocido el fallecimiento de Joaquín Rivero y la salida a subasta del imperio inmobiliario de Portillo. El ocaso de ambos empresarios andaluces supone el epílogo de una época de dinero fácil cuyo legado ha sido una crisis sin precedentes, un tsunami de corrupción que ha minado la confianza en el sistema político y un puñado de dioses arruinados o encarcelados. Como en la leyenda de Ícaro, Portillo intentó volar al sol de la riqueza con alas de cera que no resistieron el calor de la codicia. Los españoles vemos hoy la agonía de estos elegidos con displicencia y casi satisfacción, como si una cierta justicia divina castigase su ambición. Pero su fracaso es el nuestro, porque en aquellos años todos quisimos volar al sol y todos nos la pegamos como Ícaro. Sólo que unos caen desde más alto que otros.