LA FERIA DE LAS VANIDADES
Simple como un anillo
Pagés baila la música por dentro. Su cuerpo se cuela en el nuestro hasta el punto del estremecimiento
Andalucía es una forma de escribir el tiempo, de apretarlo en el andamiaje de esa soleá que tiene doce golpes como los meses que marcan el anillo del año. Andalucía, que es la España más auténtica y universal cuando se lo propone, es ese anillo del poema de Neruda. Clara como una lámpara. Así aparece en la Oda al tiempo que le escribe la bailaora María Pagés a la tierra en la que nace el árbol de la vida. Raíz flamenca que vuela en las volutas que trazan las manos de la artista. Altura ética y estética de un espectáculo que ha servido para reencontrarnos con ese lugar que algunos -demasiados- quieren convertir en la reserva gutural del chiste zafio, de la vulgaridad elevada a una forma de reflejarnos a nosotros mismos en el espejo valleinclanesco de una televisión esperpéntica.
Frente a esa Andalucía y media de los niños repelentes y los viejos verderones, la Andalucía meridiana de María Pagés, simple como el anillo de luz que marca la hora y media de la liturgia cósmica que va mucho más allá de los límites que marcan la frontera efímera del espectáculo. Vivaldi vibra en las estaciones que marcan los cuatro tiempos del compás de la vida, y Haendel nos suplica que dejemos llorar a la seguiriya. Pagés baila la música por dentro. Su cuerpo se cuela en el nuestro hasta el punto del estremecimiento. Empatía del arte. Los ojos nos duelen de la belleza que desprenden esos cuadros impresionistas y expresionistas que componen los bailaores en el escenario. Goya fusilado y el Guernica lorquiano de Picasso. Trallazos de certidumbre para denunciar el único mal que afecta al mundo: la muerte injusta.
El flamenco es la gran verdad que duele en los arrabales del alma, en la médula del espíritu, en la carne mortal y rosa. Pagés lo derrama con la fuerza de quien sabe que el tiempo puede con nosotros. Baila como si no hubiera un mañana. En eso acierta. El tiempo es hoy. Se reduce al acorde del instante. Y esa certeza solo puede acompasarse a la alboreá del amor. Los amantes se marchan del escenario para vivir lo suyo alejados de las orteguianas circunstancias. Una declaración de principios en esta época donde tanta gente presume de llevar unas relaciones sentimentales que no van más allá del amiguismo y la desesperada conveniencia. Unas relaciones que no habrían inspirado, jamás de los jamases, los veinte poemas de amor que Neruda remata con una canción desesperada.
Simple como un anillo es esa danza que gira sobre sí misma. Como la vida. Uno se sintió vivificado y orgulloso al contemplar ese misterio descarnado del flamenco más universal. Porque esta manera de entender el dolor y la alegría va mucho más allá de los límites que marcan los mapas y los relojes. Cualquiera puede sacudirse los fantasmas interiores con una soleá de la Serneta. No hace falta el DNI. Ni el ADN. Todos llevamos un pájaro enjaulado en el corazón que busca la luz circular de la mañana que recreó la coreógrafa en ese espacio calderoniano que es el pequeño teatro del mundo.
El flamenco, como la vida o el amor, es emoción o no es nada. Quien lleva cuarenta años probándolo, lo sabe. Es claro como una lámpara. Es simple como un anillo. Borges lo describió sin saberlo: hermoso como un león al mediodía.