Sexismo

¡Hagamos los hombres la revolución de la vestimenta!

Antonio García Barbeito

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Había bofetadas por ver pasar, todos los domingos, carretera abajo, la imagen de aquella mujer, sentada a horcajadas en la grupa de la moto de su marido, ¡con pantalones de hombre! Una mujer con pantalones sólo se veía entonces en la tribu en algunas faenas del campo o cuando se daban a hacer manillas de tabaco -enmanillar-, que se los colocaban bajo la falda, larga y doble a veces. Una mujer con pantalones, por la calle, no está en ninguna fotografía de mi adolescencia ni aun de mi primera juventud. Estaba mal visto. Como una mujer con un cigarrillo. Como una mujer en un bar. Pero digamos algo: era la propia mujer la que marcaba las líneas de lo femenino y lo masculino. Si el recién nacido era niño, color celeste o azulino; si era niña, rosa. Si llegaban los Reyes, a la niña le traían muñeca y cocinitas y al niño caballo, pelota o pistola. Como si, categórico como el verso de Federico, el orden tenía que ser «el barco sobre la mar / y el caballo en la montaña.»

Hay que quitar la figura femenina que va empujando el carrito del súper, y el muñeco del semáforo. Hace tiempo que pusimos a la mujer del tiempo y, en el retrete de la venta, una vez dividido en dos, colocamos el nombre de la mujer o una imagen suya. Mucho cuidado con lo que se hace, se dice, se pinta, se señala. Yo, en este plan, estoy por pedir la igualdad y asistir a las recepciones, los premios y otras celebraciones, en verano, con falda y camisa sin mangas, o con pantalones cortos y camiseta tipo top, ¿o es que vamos a quedarnos callados y quietos, con todo el calor que hace? ¿O es que vamos a tragarnos bodas y bodas veraniegas, perfectamente vestidos con traje y corbata, mientras las mujeres van con vestidos cortos y muy ligeros de todo? ¡Hagamos los hombres la revolución de la vestimenta! Para no causar cierto escrúpulo, vayamos, aunque con barbas, depilados, con la cera hecha en todas partes, metrosexual, vamos. Y a disfrutar del verano con ropa ligera y carnes al aire, ¿o es que nos va a pasar por encima el carrito del súper y no vamos a decir ni pío? Entremos en el terreno de la mujer, con pelucas, con el pelo teñido, con los labios pintados, con zapatos altos, con faldas (y a lo loco), y a ver quién es la guapa que se atreve a llamarnos raro o algo así. Territorios en justicia ganados, los de la mujer de hoy -y aún quedan-, pero el hombre, ¿qué hace, si resulta que los territorios son de todos, que ya niño no es igual a azul, pelota, pistola o caballo, ni niña es igual a rosa, muñeca y cocinita? Como haya revolución masculina, el resultado puede ser el barco en la montaña y el caballo sobre la mar.

antoniogbarbeito@gmail.com

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