LA TRIBU
Santa Rita
Para valorar lo que tenemos y lo que derrochamos, tendríamos que pasar por el Ropero de Santa Rita
No conocí boda entonces que le llegara a la limosnera a cualquier celebración de primera comunión de hoy. En los años de mi infancia, las bodas, los casamientos, se celebraban muchos de ellos en la casa de uno de los novios, la que mejor patio, salón o corral tuviera, que las celebraciones, salvo raras excepciones, eran de convite que se parecía bastante a una ronda de bar con cierto nivel. Se formaba un revuelo si alguien decía que en el convite había gambas, o ensaladilla rusa. Por lo común, los convites se servían a base de salchichón, chorizo, queso, aceitunas, roscos, cerveza y pare usted de contar. Las bodas de los menos pudientes no tenían más celebración que un poco de mosto, unos refrescos y algo de lo que se hubiera cocinado ese día, en casa de la novia y sólo para la familia íntima.
La primera comunión, entonces, se celebraba en común —es posible que algún niño rico la celebrara en su casa—, y el convite lo organizaba Acción Católica, chocolate a la taza y pasteles. Un banquetazo, para todos los niños. Los chiquillos iban vestidos en función de las posibilidades de su casa: traje nuevo, traje heredado de algún hermano mayor, traje prestado de algún primo o vecino y ropa del Ropero de Santa Rita. El Ropero de Santa Rita uniformaba; sólo recuerdo la indumentaria de los niños, camisa blanca de manga larga y pantalón azul, corto. En la fila, de dos en dos, a los niños que estaban vestidos con traje de lujo, los colocaban los primeros; a los niños del Ropero de Santa Rita, los últimos. Las diferencias sociales, estuviera el orden en las manos que estuviera, ya civiles, ya católicas, se notaban. Y aunque los pobres quisieran, no podían. Se hacían verdad los versos: «Iguales, ni en apariencia, / y si mezclados, distintos. / Ni serón al pura sangre / ni a la burra los estribos.» Hoy nos vendría bien una de Ropero de Santa Rita, pasar por ahí, sentir sobre las carnes —del hijo o de la hija— la ropita que regalaba la caridad de Acción Católica. Un frenazo, necesitamos; un «memento». Porque he visto celebraciones de primera comunión aun de hijos de algunos que comulgaron la primera vez vestidos del Ropero de Santa Rita y parecía que le organizaban un banquete a Gargantúa y Pantagruel. Así como la crisis llevó a vender caballos caros y hacer andando el camino del Rocío, pasar del todoterreno a la bicicleta y del chalé propio y de lujo al apartamentito de alquiler, para valorar lo que tenemos y sobre todo lo que derrochamos, tendríamos que pasar por el convite común de Acción Católica y por el Ropero de Santa Rita, a ver si así aprendíamos. Además, Dios se iba a sentir Dios.