Javier Rubio

El ruido y la furia

Si estamos en guerra, lo primero sería conocer exhaustivamente al enemigo

JAVIER RUBIO

Nunca han resonado tanto unas ráfagas de subfusiles de asalto y unas detonaciones como las del viernes en París. Y ha sido tanto el ruido generado alrededor que en medio de la barahúnda cuesta hacerse oír hasta el punto de que esta modesta columna seguramente quedará sepultada por la ola emocional que ha arrasado el fin de semana. El silencio, siempre, resulta más inteligente que la verborrea arbitrista desatada en las redes sociales para dibujar un panorama con trazo tan grueso que no hay sitio para los detalles. Ay, justo donde se esconde el diablo.

Si estamos en guerra, como todas las opiniones más o menos fundadas parecen colegir de los ataques indiscriminados, lo primero sería conocer exhaustivamente al enemigo. Saber su número, sus capacidades operativas, las bases de repliegue, cómo se comunican entre ellos, sus intenciones y sus motivaciones. Cuesta muchísimo trabajo entender que personas a las que se les presume un nivel de información superior a la media caractericen como enemigo al Islam, así en general, sin entrar en matices. ¡Si todavía no tenemos claro cómo llamar a quienes han declarado el octavo califato islámico de la historia! Musulmanes son los peshmergas kurdos que los combaten desde el norte y musulmanes son las milicias chiíes -bajo la teórica autoridad del ayatolá supremo- que se enfrentan a ellos desde el sur. Musulmanes son los wahabíes de Arabia Saudí, los talibanes de Afganistán y los salafistas del Magreb a los que los combatientes del Estado Islámico han desbordado en rigorismo y sumisión exclusiva a Alá renegando para su califato de elementos tan decisivos para conformar un estado nacional como el territorio (no tiene fronteras definidas), la organización administrativa (no tiene gobierno) y el reconocimiento de los otros países (no intercambia embajadores ni mantiene abierto ningún otro canal diplomático). En tales circunstancias, el calificativo de terrorista queda implícitamente desbordado por más que se expresen mediante acciones que buscan extender el terror en la sociedad (la Roma cristiana en su retórica medievalista) a la que desafían a una profética batalla final (Dábiq) en el norte de Siria. ¿De verdad están al tanto de esta visión escatológica y apocalíptica quienes tan alegremente defienden la invasión terrestre?

Las guerras se ganan con inteligencia, lo que implica sigilo. El alto mando aliado en la Segunda Guerra Mundial se vio varias veces en la tesitura de callarse el aviso a determinados objetivos para no dar pistas al enemigo de que habían descubierto el código de cifrado de la máquina Enigma. Es el momento de aplacar la escandalera, bajarse de la ola emocional de las velitas, los pianos y los minutos de silencio y dejar trabajar a los que saben. En silencio, el estimulante más poderoso de la inteligencia, militar o de cualquier clase. Pero este ruido sólo precede a la furia, justo a donde pretenden arrastrarnos los asesinos y sus cómplices.

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