PÁSALO
Os roban la cartera
Les roban las carteras pero a España le van a robar la paz
BERNAT Dedéu es un filósofo catalán, faro y guía del procés, que se acaba de caer del caballo camino de la República, deslumbrado por el sol en los ojos de un relato político que le resulta desconcertante. En una entrevista publicada por El Confidencial, el terrible Dedéu se ha despachado a gusto, señalando a los más inocentes seguidores del soberanismo que Puigdemont, Torra y Rufián, entre otros, les roban la cartera y que, Junqueras, santo y mártir carcelario de la charrada, lleva todo el camino de convertirse en un nuevo Jordi Pujol. Sin ir más lejos, ayer, en Lérida encontraron a un nuevo Alí Babá presidiendo la Diputación. Como verán, el enfant terrible del pensamiento independentista, que contaba con su oportuno programa en Radio 3 y mantenía una desahogada posición laboral gracias a su militancia intelectual orgánica en semejante chaladura, recula desengan- chándose de lo que está comprobado es una estafa histórica. El incómodo pensador paga ahora las consecuencias de atreverse a pensar libremente. Y ya sabemos que cuando al poder no le gustan tus ideas siempre te paga con la misma moneda: el silencio y el corte de ingresos públicos. Es posible que Dedéu lleve razón. Y que los independentistas no quieran serlo. Al menos sus referentes políticos. Que a lo máximo que aspiran es a seguir siendo una autonomía. Eso sí. De lujo. Como la vasca. Para seguir viviendo de la paguita revolucionaria.
Sé que muchos de ustedes, tras ver las brutales imágenes de televisión de este fin de semana, donde los cachorros envenenados por el odio le partían las narices a un policía que se manifestaba, pacíficamente, por sus aspiraciones laborales, han estado tentados a decir lo que piensan. Una nariz o una cara se pueden partir de muchas formas. Pero la más vil es la que escoge el camino rastrero, trapero y rufianesco de la impunidad y el ventajismo. Esas imágenes han empujado a muchos españoles a pensar algo que no se quiere decir. Algo que no se dice por miedo a resucitar los demonios familiares del pasado o a los inútiles complejos del buenismo del presente. Pero esas imágenes han clorhidratado muchos estómagos y partido muchos corazones. También labios. Los que se han mordido para no decir que la inercia del procés pide a gritos la aplicación de otro artículo de la Constitución que no es, precisamente, el 155. Es uno que lleva gorra y uniforme de campaña. Y que está ahí para cuando la nación se sienta amenazada de muerte por el veneno de los laboratorios independentistas. Un veneno que, agárrense a la ventana y abran bien los ojos, no solo es exclusivo del noreste citerior. Sus efectos ya evidentes se perciben en Baleares y Valencia. De las Vascongadas y de Urkullu y sus primorosos chantajes con ocho apellidos vascos ¿hay que recordarlos?
Nuestra nación, cada cierto tiempo, cuando se le olvida tomar la pastillita para su natural y sereno desenvolvimiento, sufre ataques severos de autoestima, que acarrean como consecuencias autolesiones severas e indeseables. La peor de todas es la amputación de sus miembros. Y, a día de hoy, por razones quizás más cercanas a la emotividad parasicológica que a la argumentación racionalista, no caben dudas de que estamos inmersos en una de esas crisis. La pastillita de la transición se nos olvidó tomarla, quizás, cuando no hicimos una Constitución, expresión legal del alma de una nación, para todos los españoles por igual. Quizás la hicimos pensando más en unos nacionalistas disfrazados de autonomistas que, con el tiempo, quieren ser independentistas, pero sin serlo. Es lo que ha venido a decir el filósofo Bernat Dedéu tras divorciarse del procés. Más terrible es lo que nos ha advertido Madaleine Albright, señalando que lo que estamos viendo en Cataluña lo vimos hace años en Yugoslavia. Solo hace falta apretar un poco más, como aconseja el tarado Torra a las juventudes supremacistas de los CDR. Les roban las carteras. Pero a España le van a robar la paz...