Análisis
El reto (después de 40 años)
La Andalucía rural ha sido ejemplo de fijación de la población al territorio y de comarcas cohesionadas y vivas
Fue la mayor fiesta de la democracia que hayan vivido en este país los pueblos y ciudades. Y digo que fue la mayor porque, antes, los nubarrones de las dos Españas se habían cernido en las consultas municipales de la Segunda República y, anteriormente, en la Restauración, el voto aun era demasiado restringido como para poder ser festejado por el pueblo.
Así que llegó la Transición, la Ley para la Reforma Política, las Generales del 77, el refrendo a la Carta Magna en el 78 y, por fin, la consulta más cercana a la gente, un 3 de abril de 1979.
Y hoy, después de recorrer 40 años de participación de los vecinos y vecinas en la vida pública de sus pueblos y ciudades, debemos sentirnos orgullosos del balance general. Porque hemos sido capaces de transformar radicalmente la fisonomía, el día a día y los servicios que prestan los más de 8.000 Ayuntamientos españoles a sus ciudadanos y ciudadanas.
Además, en el caso de Andalucía, la efemérides que hoy celebramos tiene quizá un carácter más especial, más genuino que en el resto del país.
Porque sin saberlo, en aquela consulta municipal del 3 de abril del 79 se gestaba igualmente el embrión de la autonomía andaluza por el artículo 151 de la Constitución Española. Porque fueron los plenarios municipales los que, en masa y durante el verano de ese año, reclamaron el acceso de Andalucía a la España autonómica al mismo nivel competencial que los territorios históricos.
Por lo tanto, aquí en el Sur, autogobierno y municipalismo van unidos desde el principio. Y por eso el uno no se entiende sin el otro y viceversa. Por eso siempre han trabajado codo con codo, para que esta tierra sea una red cohesionada de pueblos y ciudades medias, que complementan con equilibrio y solvencia a las grandes capitales y conglomerados urbanos que también existen.
Hasta ahora, la Andalucía rural ha sido ejemplo de fijación de la población al territorio y de comarcas cohesionadas y vivas.
Pero un Caballo de Troya, silencioso, está llegando a las plazas de los pueblos de montaña y a aquellos lugares en los que el cultivo de secano es el mayor activo. En esas localidades, Andalucía ha perdido 168 mil habitantes en la última década. Y quizá hoy, en una fecha tan señalada como la de las primeras elecciones democráticas en los Ayuntamientos, nuestro principal reto de futuro deba ser revertir esa situación de despoblamiento que empezamos a sufrir en nuestras propias carnes.
Andalucía no puede permitirse el lujo de perder un solo palmo de su tierra por abandono. Y para ello, el fenómeno de la despoblación debe entrar de lleno en la agenda política como problema transversal y estratégico de cara al futuro.
Solo de esa forma lograremos que, dentro de otros cuarenta años, la fiesta de la democracia local cuente con todos los rincones de este país para su celebración.
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