Reloj
Te preocupaba el tiempo, no los relojes; te preocupaba la luz, no las horas encerradas en la esfera
Te apagaron de pronto la tarde, como quien le echa una caldera de agua a las seguras brasas de una candela. Era otoño recién estrenado, el último sábado de septiembre, y alguien convirtió en negras las doradas uvas de los racimos de la vendimia, alguien te apagó las uvas que dormían en la cepa con un sueño de alba fresca y hermosa. La tarde, sometida a los relojes, cumplió obligada noche empujada por las noticias oficiales. No sabes si a Sabina le habían robado ya el mes de abril, pero a ti te robaron las últimas luces vespertinas de finales de septiembre, a ti te robaron el crepúsculo que pinta de oro la raya del horizonte que da al mar. Al amanecer, despertaste desorientado, y por las primeras tardes del cambio de hora vagaste por la vega con un pie en el reloj y otro en el lubricán. No sabías si obedecer a los relojes o entregarte, lejos de las manillas, al hermoso abrazo de la luz que ya buscaba pintores.
Eres un animal de luz. Y de lluvia. En un baptisterio agrario, no sabes qué manos te echaron las aguas de la lluvia y, doradas, las de la luz que madura como una espiga líquida. Quizá por eso nunca te interesaron los relojes, y cuando no tuviste más remedio que aceptarlos lejos de las manillas de la luz, te dolías con ellos, sobre todo con aquel de la plaza de tus juegos infantiles, «Daba las horas y las repetía, / como doblando el tiempo, tu campana, / entonces, cuando andabas con desgana / y tres años entraban en un día…» Te preocupaba el tiempo, no los relojes; te preocupaba la luz, no las horas encerradas en la esfera. Por eso apuntaste aquella soleá que leíste hace tanto tiempo: «Agujas de mi reloj, / que una a una yo arrancaba / y el tiempo no se paró.» Ahí, en la calle, andan matándose con el cambio de hora, que si debe atrasarse, que si debe quedarse como está, que si horario antiguo, que si… Si acaso te quedaras con un reloj, preferirías que fuera el de Carlos Murciano. Carlos le puso manillas al corazón: «Esto de no ser más que tiempo espanta. / La solución bajo el costado izquierdo: / un fiel reloj al que jamás me acuerdo / de darle cuerda y, sin embargo, canta. / Canta con un martillo en la garganta, / mas sé que estoy perdido si lo pierdo. / A martillazos vive su recuerdo. / Sin embargo, ni atrasa ni adelanta. / A veces se le olvida hacer ruido. / A veces hace por salir del nido / y si no lo consigue, humano, llora. / A veces suena a Dios. De todos modos / es un reloj y un día, como todos, / se quedará parado en cualquier hora.» No quiero manillas, quiero tiempo, como dijo Murciano, Antonio esta vez: «No decidme del tiempo. / ¡No hay más tiempo que el mío!».