Recogida

Los huertanos acarreaban al pueblo sus productos que empezaban a darle sentido al otoño

Africultores recogen a sus animales del campo PACO MARTÍN
Antonio García Barbeito

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A estas horas, habías llenado ya el pajar o habías levantado el almiar, bien cubierto con eneas para evitar que las aguas estropearan el pienso de los animales. Y en los graneros ya estaban el trigo y el maíz, tan rubio y tan dorado; y en alguna parte, en la choza del corral o en algún cuarto habilitado, los machos de las mazorcas que serían la leña para el fogón donde las mujeres calentarían el agua para lavar. Y en alguna parte de la casa habría almendras, y granadas, y jínjoles, y quizá orejones de melocotones o de ciruelas. A estas horas, te habrías traído al pueblo todo lo que en el sombrajo fue útil durante el verano: la botella de aceite, la de vinagre, el tarro con sal; y el calabozo, y la hoz, y bieldos y bieldas, horquetas y palas, harneros, cribas, asnilla. Y todos los arreos de las bestias. Y quizá una manija, y un perrenguillo que refrescaba el agua. Y los sombreros de palma. Y la traílla. Y las espuertas de la desgrana.

Cuando por las calles había trajín de arrias cargadas con angarillas forradas y con mangas, cargadas de aceitunas camino de las mantas; o los lagares olían a umbría que se quita las camisas de la sombra y se pone frente a la luz, tú te dedicabas a la recogida. Era hora, tiempo, de ir dejando en el campo lo que parecía campo mismo: el sombrajo, la choza, el trillo –escondido bajo el pasto-, algunas herramientas camufladas entre las eneas de la choza; la soga y la cubeta del pozo, la carrucha, para que nadie, cabrero, vaquero, arriero o vagamundo encontrara dificultad si la sed lo acercaba hasta el brocal. La recogida era entonces una fiesta. Los huertanos acarreaban al pueblo sus productos que empezaban a darle sentido al otoño, y las mujeres, en las eras, ya habían acopiado suficientes camisas de maíz para rellenar los colchones de la casa; y carros y carretas llegaban al pueblo, cargados como en una mudanza –era una mudanza– agrícola, temporal, hermosa. Buscabas la taberna y las últimas aceitunas zorzaleñas en salmuera, un vino que olía en todo el suelo terrizo y en el mostrador; la tertulia de pie, comentando cosas del campo y de esas nubes que todas las tardes se asoman a las tapias del lubricán y que no acaban ni de pasar ni de descargar; y de la cosecha de aceitunas, y de cómo estaban las viñas… Hoy, la recogida es distinta: vuelves al pueblo, tras un mes en la playa, y la furgoneta la descargas de ropa de veraneo, de enseres que te llevaste, de sillas, mesas, juguetes de nietos, chismes y de todo cuanto se impone en una recogida. Nada es igual, pero en el aire, como ayer, huele a uva madura y a aceituna. Y a orejones. Y a campo. Ay, el aire…

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