Rebujos
Ni aquello era un tinto casado con Casera, ni aquello era una Casera casada con tinto. Era, simplemente, un horror

Decían que podía con todo. Era un chaval de doce o trece años y se apostaba, con cualquiera que se lo pagara, que era capaz de beberse la mezcla de bebidas más espantosa. Dicen que Domingo, que así se llamaba aquel chiquillo, y así se llama el hombre, amigo mío al que nunca, por cierto, se lo he preguntado, era capaz de tragarse un vaso que tuviera una mezcla de vino blanco, negro, vermut, coñac, aguardiente, menta y lo que hubiera a mano en el bar, que las apuestas fueron siempre en un bar. Digo apuesta porque era un pulso que Domingo le echaba a quien le pagara aquel brebaje, aquel horror líquido, policromo y, seguro, maloliente y de sabor inimaginable. De Domingo me acordé la primera vez que oí hablar, en la Feria de Sevilla, del ya famoso rebujito, porque pensé que se lo tomaría como un vaso de agua, de tan hecho a haberse bebido lo que hemos dicho más arriba.
El rebujito feriante tenía su aquel a la hora de que lo preparara un camarero, y unas veces le echaban dos medias botellas de manzanilla y una de sevenap, o al contrario, y otras veces ni era manzanilla ni era sevenap, vaya usted a saber qué rebujos preparaban en cada sitio. Lo cierto es que ya, desde hace un tiempo, para ahorrarse la receta, lo venden embotellado. Como a mí no me gusta, no sé si está mejor o peor que el que preparaban sobre la marcha, a veces los mismos clientes, pero lo que sí es cierto es que aquí los rebujos vienen ya de fábrica. Había, y hay, especialistas en sangría. Recuerdo fiestas veraniegas de amigos en las que no faltaba uno que, según decían, preparaba la mejor sangría: vino tinto, no sé cuánto azúcar, trozos de melocotones, canela… Bueno, pues la sangría tomó el atajo y se organizó para venir embotellada de fábrica. Y así, eso que creo que llaman clarita, mitad cerveza y mitad no sé qué. Lo último que he conocido ha sido algo que me resulta repelente, pobre de un ingrediente y pobre del otro, rebujo nada conseguido, un horror, con lo que a mí me gusta un tinto de verano preparado con poco tinto y casera de limón recién abierta, con todo su carbónico allí en plan líquida pirotecnia. El otro día pedí un tinto de verano y, siento decirlo, me sirvieron un «timo de verano». Ni aquello era un tinto casado —ahora dicen matrimoniado— con Casera, ni aquello era una Casera casada con tinto. Era, simplemente, un horror. Tinto de verano embotellado, timo de verano embotellado. Creo que ni mi amigo Domingo se tragaría sin rechistar ese rebujo espantoso. El rebujito se salva por el diminutivo, pero el tinto de verano embotellado es un rebujo más cerca de un purgante que de una bebida refrescante. Sorry.
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