LA FERIA DE LAS VANIDADES
La rebelión de los artistas
Nos causa extrañeza que se hable de artistas transgresores cuando alguien lleva a cabo una pantomima que no debería haber tenido ningún eco
![Artistas en el expositor de ABC en ARCO](https://s2.abcstatics.com/media/opinion/2018/02/25/s/arco-expositor-abc-krkH--1240x698@abc.jpg)
El primer rebelde fue aquel neandertal, recién descubierto, que dejó su huella en la eterna frialdad de la piedra por la que no pasan los años. Desde aquella mano que plasmó la abstracción de una forma hasta hoy, la historia del arte es la historia de la rebelión de los individuos, que no de las masas orteguianas. Esa rebeldía consustancial al artista nos ha dejado las grandes obras que siguen provocándonos el asombro que es la raíz del proceso doble: de la creación y de la visión, la audición o la lectura. Todos los genios han sido rebeldes por naturaleza. Todos. Y gracias a la transgresión que acometieron en su momento, el arte ha evolucionado y se ha enriquecido. Si no hubiera sido así, nos habríamos quedado en la amable artesanía que no va más allá del adorno y del honroso trabajo bien hecho.
Si repasamos la historia de nuestra literatura nos damos cuenta de que Garcilaso se atrevió a usar los metros italianos que había importado su amigo Boscán. Hasta entonces parecía imposible que el castellano se saliera del molde octosilábico para meterse en la extraña música del endecasílabo, un verso que hoy nos suena de la forma más natural en nuestro oído poético. Después vendría ese trío de ases que llevó la lengua hasta su límite conceptual, sintáctico y semántico. Lope, Góngora y Quevedo eran subversivos. Se atrevían con todo. Retorcieron el castellano hasta tal punto que sus seguidores fueron incapaces de lo imposible: no pudieron avanzar. Tuvo que llegar Bécquer en el XIX para rebelarse contra esa poesía artificial y proponer un verso limpio, sencillo, directo al corazón. Después llegaría el modernismo con su colorido, y las vanguardias con sus enrevesados principios, y la poesía social que se rebelaba contra el mundo establecido.
Hablar, pues, de arte transgresor es una redundancia. Cervantes es el primer transgresor, porque fue capaz de destrozar las novelas de caballerías con el humor que fluye desde el Quijote. Desde entonces hasta hoy la novela no ha hecho otra cosa que rebelarse contra sí misma. Clarín se metió dentro de sus personajes gracias al monólogo interior, como García Márquez la liberó del realismo al añadirle la magia que le permite ascender a los cielos a Remedios la Bella. Vargas Llosa, siguiendo a Faulkner, ha roto el esquema del tiempo lineal, y Cela convirtió una narración en una colmena. Y así podríamos seguir hasta el infinito.
Por eso nos causa extrañeza que se hable de artistas transgresores cuando alguien lleva a cabo una pantomima que no debería haber tenido ningún eco. Pero como siempre hay lumbreras dedicados y destinados a ejercer la censura, el fotógrafo en cuestión encuentra el eco que lo libra de su mediocridad. Si no le hubieran cerrado la exposición en Arco, sus retratos desenfocados no habrían tenido repercusión alguna, de lo cual se infiere que estamos ante un evidente caso de postureo. Porque si hubiera aquí rebeldía artística de verdad, nadie habría pagado un dineral por esos bodrios. Que ahí, en la habilidad para cobrar a precio de oro semejantes mamarrachos, es donde uno se da cuenta de que son unos artistas…