Rarezas
Hace falta ser muy rarito para exponerse, sin burladero, al sol en puntas del verano de Sevilla
![El calor en Sevilla en septiembre es inaguantable](https://s3.abcstatics.com/media/opinion/2018/09/13/s/calor-sevilla-uno.jpg)
Hace algunos años tuve un vecino sueco, una excelente persona, por cierto; un señor encantador y colaborador, educadísimo, prudente, amable… Creo que en Estocolmo ocupaba un buen cargo en una conocida empresa informática. Además, era un manitas. Pues «Jokan», que así al menos sonaba su nombre, era un loco del sol. Se pasaba horas y horas —también, su mujer— tumbado bocarriba al sol pelado, y acababa el verano con color de almendra bien tostada. Yo no entendía cómo se podía pasar, un día y otro, horas y horas aguantando aquel sol del que yo huía. Creí que eran dos raros, «Jokan» y su mujer, porque no era normal tomar el sol a las horas que ellos lo hacían. Hasta que me miré y pensé en lo que yo hacía en otros sitios. Y la memoria se me fue a la primera nevada que viví bajo los copos, en Madrid. Iba por la calle como un niño chico, con un abrigo largo y una gorra marinera, con los brazos abiertos, y emocionado, mirando al cielo para ver cómo me caía aquel frío maná, aquel pelecho de ángeles. La gente del barrio, hecha a ver nevar casi todos los años, me miraba como a un raro, un medio loco que iba por los jardines cogiendo copos de nieve como quien recolecta un helado algodón celestial. Y recordé otro día en un lugar de nieves que al andar me llegaban casi a la cintura, y me puse a jugar con aquella blancura, como un niño, mientras los nativos me miraban como a un bicho raro.
He visto a una mujer mirar incrédula un naranjo, tocar el fruto y no acabar de creerse que estaba viendo, por primera vez, naranjas en su árbol. Recuerdo, caminando por el invierno de Madrid, al inmortal y cariñosísimo canario, tristemente ido, Justo Fernández, retando al frío madrileño, como si llevara una invisible bufanda guanche o escondiera bajo sus ropas una manta esperancera. Justo abría el pecho como una tierra falta de frío de verdad, el que no tenía en sus islas. El otro mediodía, cuando el sol de septiembre calentaba el corazón del mármol, iba caminando —mejor, huyendo— por la ciudad, y vi, más al sol que a la sombra, a extranjeros blancos como lechada almorzando —eran más de las cuatro de la tarde— carne en salsa y paella, faltaría más, y felices de estar bajo ese sol, ese infierno, esa maldición septembrina que nació cuando nacía agosto. Con todos mis respetos, lo mío de jugar con la nieve, bien abrigado, es de mejor gusto que esto de ponerse en la calle como filete en la plancha del trianero Bar Bistec. Tengo mejor gusto que «Jokan» y que esos guiris del bar. Hace falta ser muy rarito para exponerse, sin burladero, al sol en puntas del verano de Sevilla. Y vamos a dejarlo en muy rarito.
antoniogbarbeito@gmail.com